Foto: Dou_ble_you, Flickr
Dos palabras muy rotundas que se contraponen. Definen los extremos en los que se mueve la experiencia artística y, en lo que se refiere a la arquitectura, reflejan el marco en el que se desenvuelve la situación actual de esta disciplina, en la que intentamos desentrañar que es lo realmente valioso en este difícil y subjetivo mundo del arte y la cultura contemporánea.
High visiblity, Rein y Kotler lo expresaban de tal manera que la visibilidad o celebridad – celebrity en inglés – es algo que debe ir asociado a personas concretas, aquellos cuyo nombre atraen atención extensiva, guían el interés de grandes audiencias y, en consecuencia, obtienen un valor que genera altos beneficios.
El artista americano Mathew Barney caracterizado para actuar en una de sus películas correspondientes al ciclo Cremaster
El problema es que se ha alcanzado un punto en que, en general y tal como reconocen expresamente Rein y Kotler, el reconocimiento mediático se alcanza por sí mismo, mediante la aplicación de las técnicas de mercadotecnia adecuadas. En consecuencia, el producto conseguido puede no tener un valor real – es el efecto Pigmalion perfecto – y así hemos llegado a una situación en que los personajes más celebrados son objetos vacíos, con escaso contenido artístico o, simplemente intelectual.
Nicole Kidman. Richard Prince, 2004. Un artista obsesionado con promocionar su propia vida como obra de arte en busca de la fama
Volume, una revista promocionada por el entorno del arquitecto holandés Rem Koolhaas, ha propulsado un debate muy interesante sobre estas cuestiones, centrado en el universo de la arquitectura, y que se ha reunido en su número 13, titulado Ambition y editado en 2007. En esta publicación aparece, como epílogo del conjunto de aportaciones reunidas, un texto del profesor y crítico neoyorkino Yehuda Safran que no me he resistido a traducir por su carácter inspirador sobre estos asuntos espurios que mistifican la validez de las obras de arte en nuestros días.
AMBICIÓN
Por Yehuda E. Safran
Palabra difícil. No tener ambición es quizás el ideal más alto. Movido por un don o el talento uno sigue una vocación que es tan inevitable como deseable. El filósofo se guía por su amor a sophia, la sabiduría, de la cual solo es dolorosamente consciente cuando le falta. Deseamos aquello que no está. Y a menudo la ambición nace por un deseo que puede satisfacerse. ¿Por qué uno lo encuentra tan decepcionante y vulgar? Porque sentimos que la ambición priva a la persona de una libertad esencial, lo aboca a uno a un estado de gran desproporción. ¿Cuál era la ambición de Joseph Beuys cuando volvió de la Segunda Guerra Mundial como un piloto herido? Cual es la ambición de Mathew Barney hoy?
Courbet aseguraba que su ambición era expresar su propia individualidad dentro de un total conocimiento de la tradición. A Cezanne se le decía que expresaba su deseo de ser pintor como Frenhofer, el pintor en la historia de Balzac La obra maestra desconocida: un relato de un artista cuya ambición vital es lograr pintar sin un asunto material concreto, un cuadro que estuviera constituido de color, y de color solo. En el momento de su muerte, sus amigos descubrieron un lienzo en el cual solo un fragmento borde era discernible. Yo soy Frenhofer, Cezanne repitió allí una y otra vez. Lo que guía a un pintor es sobre todo lo demás la posibilidad de lograr la pintura como pintura.
Ahí en el encuentro entre la consciencia y el mundo está el momento vertiginoso, un tiempo de mareo, en el cual uno resuelve ver en otros términos que lo dado es un mundo que no puede darse por hecho. Los vectores de la percepción están sueltos y han cortado sus amarras. Estamos flotando, en una deriva de impresiones que se apiñan en el horizonte. Fuera del orden de las cosas, contra el que nuestras creencias comunes nos mantienen, es esta visión fragmentada, es como la sorpresa infantil de descubrimiento la que nos intriga constantemente como si demandará su propia posición privilegiada. ¿Experiencia? Una pintura no es la imagen de una experiencia, es la experiencia en sí misma, escribió Rothko en La realidad del Pintor. ¿Cuando Marcel Broodthaers creó en 1972 el Museo de Arte Moderno, Departamento de las Águilas, Sección Cine en Dusseldorf, cual era su ambición?
El mayor maestro Zen del arte de la arquería que nos es conocido nuca permitía a su flecha surcar el aire. ¿Cuál era su ambición? Cuándo Alejandro el Grande preguntó a Diógenes cual era su deseo, Diógenes le respondió: por favor, muévase a un lado y no me obstruya el rayo de sol. Cuando comenzamos un nuevo programa en la Goldsmith School of Arts en Londres en los años setenta nuestro deseo de ilustración estaba por encima de cualquier otra consideración. Aquellos que buscaban otras recompensas, solo podíamos entenderlos como un fallo de en su formación. Con la llegada de nuevos coleccionistas ambiciosos (Saatchi et al) y su necesidad de establecer una nueva identidad cultural, etc. los graduados de la escuela se alistaban al servicio de la ambición de otras gentes. La jugada tenía sus raíces en otra parte. Un niño de una minoría católica deprimida, un australiano en Londres, alguien que sufrió una difícil infancia o un ambiente y una educación superior ordinaria, o una constelación familiar irregular –todo esto, y mucho más, podía dotar de la energía para realizar un esfuerzo extraordinario que conlleva un talento modesto o la originalidad. Desde luego, la vida política y económica llena y hace posible otro tipo de libertades. De nuevo, Broodthaers percibía sus intimidades dentro de su poéticas-políticas.
Es la ambición del filósofo o del pintor suspender nuestra creencia en la existencia del mundo, en orden a ser capaz de percibir un mundo alternativo: ser un iniciador absoluto. Solo al final de su vida, Edmund Husserl se sintió cerca de su meta. Confucio describía a Lao Tze como un dragón. Sabes lo que ayer parecía, sabes lo que parece hoy, pero no sabes lo que parecerá mañana. Podríamos decir lo mismo acerca de la arquitectura o de la pintura. Cuando Tony Crag era un estudiante en la Escuela de Escultura del Royal College of Art, me enseñó un montón, una colección de piedras muy pequeñas dispuestas en el suelo. Me preguntó ¿Qué piensas, Yehuda? ¿Es eso? Yo miré las piedras y le respondí, Sí es eso. Repitió la pregunta tres veces y no hay que decir que mi respuesta fue idéntica las tres veces.
Para los Maestros del Jardín Zen de Ryoanji en Kioto, ¿Cuál fue su ambición cuando colocaron aquellas quince piedras en una alfombra rectangular de fina grava que se peinaba cada mañana? Sí, en el templo está escrito en cuatro caracteres japoneses en una pequeña piedra redonda con un hueco cuadrado: Aprende a contenerte. Desde mi infancia fue mi ambición modesta estar en ese jardín, cuando vi por primera vez una imagen de él. Y todavía, lo que he aprendido de mi visita allí en un día gris de Julio, fue que para mi experiencia fuera igual a la experiencia ofrecida en ese jardín, tendría que mantenerse como la que ya tenía. Siendo capaz de crear su contraparte es ser capaz de crearla de una manera diferente. Viajar allí desafía el objetivo de viajar allí.
Y San Agustín mirando a través de la ventana al jardín en Ostia con su Mónica, su muy enferma madre, esperando el barco que la llevaría a casa en Cartago, ella dice: Si me estoy yendo donde pienso que voy, no necesito un barco. San Agustín nos dice en sus Confesiones: Estamos mirando al jardín y vemos que lo que es, es. ¿Cuál era su ambición?
¿Cuál era la ambición de Novalis cuando escribió los Himnos a la Noche? A lo más que podemos llegar es que somos criaturas en las yace que la fuente de la creatividad y la singularidad. Donde no hay Yo, hay espacio, vibración animación perpetua. Como el encanto se disuelve el espacio, como la mañana roba sobre la noche, disolviendo la oscuridad, así los nacientes sentidos comienzan a perseguir las impresiones caóticas. Nuestro entendimiento comienza a crecer, y la ola que se aproxima pronto llenará la costa de la comprensión que permanece confundida y opaca. Ninguno de nosotros los que miramos, falla en la percepción de estos movimientos, invisibles como el espíritu de Ariel en la isla de Próspero, empujados por nuestros sentidos sabemos con certeza que donde nos hundamos, será donde llegaremos a tierra. El pintor nos da de nuevo una nueva visión de su reino, todavía un compás de otra nueva maravilla. O como Miranda decía en La tempestad:
El mayor maestro Zen del arte de la arquería que nos es conocido nuca permitía a su flecha surcar el aire. ¿Cuál era su ambición? Cuándo Alejandro el Grande preguntó a Diógenes cual era su deseo, Diógenes le respondió: por favor, muévase a un lado y no me obstruya el rayo de sol. Cuando comenzamos un nuevo programa en la Goldsmith School of Arts en Londres en los años setenta nuestro deseo de ilustración estaba por encima de cualquier otra consideración. Aquellos que buscaban otras recompensas, solo podíamos entenderlos como un fallo de en su formación. Con la llegada de nuevos coleccionistas ambiciosos (Saatchi et al) y su necesidad de establecer una nueva identidad cultural, etc. los graduados de la escuela se alistaban al servicio de la ambición de otras gentes. La jugada tenía sus raíces en otra parte. Un niño de una minoría católica deprimida, un australiano en Londres, alguien que sufrió una difícil infancia o un ambiente y una educación superior ordinaria, o una constelación familiar irregular –todo esto, y mucho más, podía dotar de la energía para realizar un esfuerzo extraordinario que conlleva un talento modesto o la originalidad. Desde luego, la vida política y económica llena y hace posible otro tipo de libertades. De nuevo, Broodthaers percibía sus intimidades dentro de su poéticas-políticas.
Es la ambición del filósofo o del pintor suspender nuestra creencia en la existencia del mundo, en orden a ser capaz de percibir un mundo alternativo: ser un iniciador absoluto. Solo al final de su vida, Edmund Husserl se sintió cerca de su meta. Confucio describía a Lao Tze como un dragón. Sabes lo que ayer parecía, sabes lo que parece hoy, pero no sabes lo que parecerá mañana. Podríamos decir lo mismo acerca de la arquitectura o de la pintura. Cuando Tony Crag era un estudiante en la Escuela de Escultura del Royal College of Art, me enseñó un montón, una colección de piedras muy pequeñas dispuestas en el suelo. Me preguntó ¿Qué piensas, Yehuda? ¿Es eso? Yo miré las piedras y le respondí, Sí es eso. Repitió la pregunta tres veces y no hay que decir que mi respuesta fue idéntica las tres veces.
Para los Maestros del Jardín Zen de Ryoanji en Kioto, ¿Cuál fue su ambición cuando colocaron aquellas quince piedras en una alfombra rectangular de fina grava que se peinaba cada mañana? Sí, en el templo está escrito en cuatro caracteres japoneses en una pequeña piedra redonda con un hueco cuadrado: Aprende a contenerte. Desde mi infancia fue mi ambición modesta estar en ese jardín, cuando vi por primera vez una imagen de él. Y todavía, lo que he aprendido de mi visita allí en un día gris de Julio, fue que para mi experiencia fuera igual a la experiencia ofrecida en ese jardín, tendría que mantenerse como la que ya tenía. Siendo capaz de crear su contraparte es ser capaz de crearla de una manera diferente. Viajar allí desafía el objetivo de viajar allí.
Y San Agustín mirando a través de la ventana al jardín en Ostia con su Mónica, su muy enferma madre, esperando el barco que la llevaría a casa en Cartago, ella dice: Si me estoy yendo donde pienso que voy, no necesito un barco. San Agustín nos dice en sus Confesiones: Estamos mirando al jardín y vemos que lo que es, es. ¿Cuál era su ambición?
¿Cuál era la ambición de Novalis cuando escribió los Himnos a la Noche? A lo más que podemos llegar es que somos criaturas en las yace que la fuente de la creatividad y la singularidad. Donde no hay Yo, hay espacio, vibración animación perpetua. Como el encanto se disuelve el espacio, como la mañana roba sobre la noche, disolviendo la oscuridad, así los nacientes sentidos comienzan a perseguir las impresiones caóticas. Nuestro entendimiento comienza a crecer, y la ola que se aproxima pronto llenará la costa de la comprensión que permanece confundida y opaca. Ninguno de nosotros los que miramos, falla en la percepción de estos movimientos, invisibles como el espíritu de Ariel en la isla de Próspero, empujados por nuestros sentidos sabemos con certeza que donde nos hundamos, será donde llegaremos a tierra. El pintor nos da de nuevo una nueva visión de su reino, todavía un compás de otra nueva maravilla. O como Miranda decía en La tempestad:
¡Oh, maravilla!
¡Cuantas buenas criaturas hay aquí!
¡Que bella es la humanidad! ¡Oh, bravo nuevo mundo
Que tienes en tu interior una gente así!
¡Cuantas buenas criaturas hay aquí!
¡Que bella es la humanidad! ¡Oh, bravo nuevo mundo
Que tienes en tu interior una gente así!
Cuando Emerson entregó el panegírico para Thoreau, lamentó que un gran hombre así fuera un gran fracaso a lo largo de su vida por su falta de ambición mundana. Thoreau era conocido más por sus implicaciones políticas que por sus objetivos literarios. ¿Cómo pudo un gran hombre como Emerson no entender la grandeza de Thoreau? ¿Fue su propia ambición la que le impidió comprender el verdadero mensaje del regalo de Thoreau?
Marina Abramovic representando la pieza de Joseph Beuys How to explain art to a dead hare (Como explicar arte a una liebre muerta)
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