CALLES DE MI ISLA

El Camino Largo de La Laguna. Un espacio para disfrutar
En una reciente sesión del curso que sobre el diseño del territorio se está llevando a cabo en Tenerife desde el otoño pasado, se introdujo una cuestión que merece una reflexión específica: ¿Cuales son las razones que hacen a una calle memorable? ¿Cuales son las cualidades de este espacio urbano esencial?. A partir de ello y con la referencia a algunas calles positivamente valoradas de mi isla pretendo ofrecer algunas claves que entiendo deberían ser relevantes en el diseño viario.

En esa sesión sobre la red viaria local, el profesor de la politécnica de Barcelona, Miquel Corominas y el ingeniero urbanista, Enrique Amigó hicieron un exhaustivo repaso de las condiciones en las cuales se ha desenvuelto a lo largo de la historia el planteamiento de estos espacios públicos tan relevantes para la forma y personalidad de una ciudad. Con un carácter genérico, la forma de las calles representa de alguna manera el talante de una sociedad, sus aspiraciones así como la visión común del devenir colectivo de sus integrantes, etc.
Sin embargo, las cualidades físicas de los ámbitos públicos son elementos que han quedado relegados a un papel subalterno en la concepción de la ciudad contemporánea. Las reglas de composición de la calle, en las que deben de tenerse en cuenta cuestiones como la geometría y la proporción, la elección de los materiales que la construyen, y los elementos auxiliares de mobiliario y ajardinamiento, suelen quedar subordinadas a la funcionalidad del tráfico y la disposición de las infraestructuras que forman parte sustantiva de la misma.
Pero la bondad de una calle tiene que ver también con aquello que se desarrolla en sus bordes. Por ejemplo, las fachadas repletas de coquetas tiendas junto a los típicos cafés con sus terrazas exteriores y edificios señoriales de una similar altura definen la amabilidad de las aceras y hacen que algunas calles de París representen un ejemplo por excelencia de confortabilidad urbana.
También, seleccionamos continuamente recorridos urbanos de nuestras ciudades en función de parámetros sensoriales que tienen que ver con el placer de observar los escaparates de algunos comercios peculiares o, simplemente, contemplar determinadas alineaciones de árboles que nos rememoran nuestro pasado ancestral. Además, algunas calles encierran para nosotros recuerdos gratos de momentos específicos de nuestra personal memorabilia.

La Rambla de Santa Cruz de Tenerife, recién inaugurada en 1950

Allan B. Jacobs, profesor del City and Regional Planning de la Universidad de Calfornia en Berkeley ha escrito dos libros extraordinarios sobre esta cuestión que desgraciadamente, no han sido traducidos todavía al castellano, Great Streets (Grandes calles) de 1993 y The boulevard book, history, evolution and design (El libro del bulevar, historia, evolución y diseño) de 2001. En relación a la razón del valor de determinadas calles extraigo una cita del primero:

Las calles son algo más que espacios de utilidad pública, más que el equivalente a conductos para el agua, la energía y el alcantarillado que de una manera bastante interesada encuentran su acomodo en ellas; más que espacios físicos lineales que permiten que las personas y las mercancías vayan de aquí para allá…La intercomunicación es una de las razones principales de las calles y la que ha recibido una atención abundantísima sobre todo en la segunda mitad del siglo XX. Pero hay otras cuestiones que no.
Las calles moderan la forma, estructura y confort de las comunidades urbanas. Su tamaño y disposición ofrecen o niegan la luz como cualquiera puede haber experimentado. Pueden tener el efecto de enfocar las actividades en uno o varios centros, en los bordes, a lo largo de una línea o simplemente no dirigir la atención a algo en particular. De una manera elemental, las calles son aquellos espacios que permiten a la gente disfrutar del exterior.

Algunas calles de mi isla, al igual que en otros lugares, las consideramos ejemplares. En si mismas, tienen valor urbano por permitir el tránsito peatonal con comodidad y ofrecer un lugar cálido para el encuentro social y algunas actividades recreativas. También permiten un ejercicio físico moderado en condiciones agradables, al mismo tiempo que percibimos el cambiante ir y venir de otros peatones y vehículos. La consciencia de nuestra pertenencia a un mundo físico mayor y la relación con el universo, que nos ofrece la contemplación de la vegetación, las nubes y el cielo sería una consecuencia no racionalizada de nuestro deambular por las calles confortables de los núcleos urbanos en los que habitamos.

Calle de La Carrera, casco histórico de La Laguna

Una primera calle que me parece reseñable de Tenerife es la que se conoce como de La Carrera en el casco histórico de La Laguna, el enclave en que se apoyó inicialmente la colonización insular. Su nombre responde a una tradición histórica abandonada de carreras a caballo como parte de las fiestas tradicionales. Sus fachadas medievales con el añadido de algún edificio renacentista y barroco expresan el carácter de una remota sociedad castellana heredera de tradiciones islámicas. En la época de su creación, la vida familiar se desarrollaba tras las paredes y el espacio público, al igual que en los cascos antiguos de Andalucía y el Norte de África, exterioriza una tendencia a su máxima reducción.
La calle de la Carrera presenta una escala armoniosa entre su ancho de 9 metros y una altura proporcionalmente similar definida por sus edificios de dos plantas. De ello podríamos extraer una posible regla básica para el diseño de vías, la altura de la edificación debe ser aproximadamente igual al ancho medio de la calle.
La restauración y recuperación ejemplar del carácter estrictamente peatonal que hizo la arquitecta María Nieves Febles en el proyecto de remodelación de su primer tramo no ha sido continuado en otras vías emblemáticas de esta ciudad. El empleo de adoquines antiguos en un adecuado despiece del pavimento junto con una gran sensibilidad en el tratamiento de las instalaciones e infraestructuras, a pesar de añadidos posteriores, no ha podido reproducirse con igual intensidad en actuaciones posteriores más ligadas a una concepción burocrática del diseño urbano.

Camino Largo. Esquema de su sección de 18 mts.

Un espacio sensacional de esta misma ciudad es el llamado Camino Largo de La Laguna. Un paseo esencialmente peatonal en el que los vehículos circulan con dificultan, casi como delincuentes, y en el que el énfasis del diseño anónimo está volcado en la conformación de una doble hilera de palmeras: las Phoenix Canariensis, un orgullo botánico originario de este archipiélago que ha sido exportado para su empleo en la jardinería de muchos lugares del planeta.
El Camino Largo con su sección de 18 metros, inserta en una amable colonia de ciudad jardín, representa quizás la calle de mayor valor de esta isla. Su paseo y disfrute es una delicia que recomiendo siempre a los que nos visitan.
Otra vía memorable a la que aludir es la Rambla central de la ciudad de Santa Cruz, una arteria preeminente de esa aglomeración que conserva el nombre del General Francisco Franco después de más de 30 años de su desaparición, en una muestra del carácter conformista y acomodaticio de los canarios.

Rambla central de Santa Cruz de Tenerife

La Rambla, que ha servido de modelo a otras vías de nueva creación a lo largo y ancho de la isla, originalmente quedó definida como un camino ronda que circunvalaba la parte antigua de la ciudad en una forma parecida a la que se produjo en las reestructuraciones dieciochescas de las murallas de algunas ciudades europeas. La Rambla de Santa Cruz ha articulado algunos ensanches de la ciudad en el tránsito del siglo XIX al XX. Con su sección de 30 metros ha permitido acomodar eficientemente un amplio paseo peatonal central de 15 metros junto con cuatro carriles para el tránsito de vehículos. Ésta, la reserva del 50% del espacio disponible para el disfrute peatonal, podría ser otra regla relevante para el diseño viario.
La presencia en la Rambla de los enormes Ficus Nitida de origen antillano, o Laureles de Indias como los conocemos en Canarias, dan un carácter emocionantemente espectacular a este espacio urbano esencial de la ciudad. Aquí encontraríamos así otro elemento muy importante para el diseño viario, el empleo de elementos vegetales concordantes con el carácter y capacidad de cada calle concreta. El arbolado es una de las herramientas fundamentales que a partir del barroco han ido otorgando un referente estético esencial a la forma de nuestras ciudades y que no debería de olvidarse en la formalización de las calles. Además, los árboles con su frondosidad suelen corregir favorablemente muchas intervenciones desafortunadas visualmente.
No obstante, la rambla o bulevar arbolado presenta una contradicción en sí misma que consistiría en la escasez de sección de las aceras perimetrales frente al paseo central lo que impide disfrutar de los posibles atractivos urbanos que ofrezcan los edificios colindantes que acompañan a la vía.

En un barrio periférico, diseñado bajo los criterios del urbanismo del Movimiento Moderno, se encuentra otra calle que, aunque actualmente no ha llegado a una madurez funcional y formal, representa un experimento de mejorar la urbanidad de una zona de la ciudad inicialmente inhóspita. La Rambla de Ofra surgió a partir de la remodelación de una especie de autopista urbana de 8 carriles y su acomodación al modelo que representa el bulevar central de la ciudad al que me he referido anteriormente. Una actuación posterior que ha incorporado el recorrido del nuevo tranvía ha mejorado aun más el atractivo y la centralidad que su trazado ofrece.

Rambla del barrio de Ofra

En este caso, la sección de 32 metros hace complicado el encaje de excesivos elementos. En ella se insertan unas raquíticas aceras laterales de metro y medio junto con cuatro carriles reservados al tráfico rodado y otros dos para los raíles del transporte guiado, lo que ha reducido el paseo peatonal central a unos escasos ocho metros, un espacio muy justo para un buen disfrute de los viandantes que lo circulan.

Sección de la Rambla del Barrio de Ofra. 32 mts.

Finalmente, no me he resistido a traer a colación un trabajo, en el que intervine, consistente en el rescate de una vía costera para su uso exclusivamente peatonal, la reforma del Paseo de Colón en el núcleo turístico de Puerto de la Cruz en el norte de la isla.
Esta calle estaba totalmente invadida por aparcamientos y un tránsito de servicio claramente ineficiente. Su transformación en ámbito peatonal exclusivo ha mejorado considerablemente la calidad urbana de este entorno costero presidido por un parque acuático diseñado por el artista lanzaroteño César Manrique.

Paseo de Colón. Puerto de la Cruz, 1993. Diseño de Federico García Barba en colaboración con los arquitectos Cristina González Vázquez y Angel García Palmas

En este caso, la preocupación por lograr una completa accesibilidad para personas de movilidad reducida junto con el empleo de la vegetación para dar unidad definieron las pautas del diseño. La explotación de determinadas perspectivas y aperturas al paisaje, el empleo de algunas referencias simbólicas y un cuidado en la disposición de pavimentos y en el diseño del mobiliario han contribuido al éxito de la propuesta que ha merecido algunas distinciones.

3 comments to CALLES DE MI ISLA

  • Aunque cada vez pienso que el contenedor tiene poca importancia si lo comparamos con la gente que lo usa (tanto en espacios interiores como exteriores) hay un libro, ahora medio olvidado, de Yoshinobu Ashihara que en su traducción al castellano se llama “Diseño de espacios exteriores” (la edición de GG es de 1982) donde se dicen muchas cosas básicas, por ejemplo en relación con la sección y la sensación de cerramiento.

    De todas formas, el que una calle llegue a ser “memorable” pienso que ahora mismo depende más de criterios simbólicos que de cualquier otra cosa. Y muchos de los símbolos actuales están prefabricados por los medios de comunicación.

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    Con este post apuntas una línea de trabajo que debería afrontarse con urgencia en Canarias (e imagino que en todos sitios). Recopilar, dibujar y reflexionar sobre ejemplos de calles concretas y deducir criterios de diseño con intención operativa. En el fondo, no es otra cosa que recuperar la voluntad de diseñar el espacio urbano, quebrando el burocratismo en que se ha convertido el urbanismo entre nosotros.

    No se trata, creo, de establecer recetas rígidas (y mucho menos convertirlas en normas para que su cumplimiento sea chequeado por funcionarios), pero sí dar reglas justificadas en el conocimiento de lo que funciona. De las que señalas, me quedo con la de que el espacio para el peatón (en calles anchas, incluyo también el arbolado) debería representar al menos el 50% de la sección transversal. En calles de doble sentido sencillitas (para nada avenidas) con una hilera de aparcaientos, ya estaríamos en torno a los 20 metros de sección. Cómo se escandalizarían tantos ayuntamientos y/o urbanizadores. Y, sin embargo, hay que empezar a reivindicar anchos generosos del espacio viario (y de todos los espacios públicos abiertos de la ciudad).

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