El conjunto del palacio y su jardín se emplazan, orientados al Noroeste, en una ladera colindante al pequeño pueblecito de Tivoli que dista 50 kms de Roma. Desde el palacio se pueden observar en la llanura cercana, las ruinas de otro complejo residencial relevante, la villa que el emperador Adriano hizo levantar para su retiro mil años antes.
El arquitecto y arqueólogo renacentista Pirro Ligorio, contratado por D’Este, fue el autor de esta maravillosa obra de diseño paisajístico en la que se expresan las inquietudes y confidencias de estos dos ilustrados personajes, obsesionados con la mitología y los conocimientos herméticos. Ligorio se responsabilizaría posteriormente del onírico parque de Bomarzo en Viterbo, otra de las joyas de la jardinería manierista a la italiana.
A Tivoli se llega recorriendo las carreteras que atraviesan rectas la llanura del Lazio a partir del este de Roma. Yo hice el recorrido en autobús, partiendo de un lugar llamado Ponte San Mamolo, transitando la descuidada periferia romana, tan similar a las de otras ciudades mediterráneas de hoy en la disposición desordenada de infraestructuras, el abigarramiento y la mezcla de construcciones. Después de un trayecto de 40 minutos se asciende finalmente por un corto tramo serpenteante de la vía entre viejos olivos hasta llegar a la parte antigua de este pequeño pueblito.
Cuando se pasean los pintorescos espacios del parque se rememoran las pasiones de una época convulsa, la que correspondió al apogeo en la península italiana, la de las pequeñas republicas ciudadanas de Florencia, Venecia, Pisa, Génova, etc, con la presencia dominante del papado como estado que deriva su poder de la extensión de la Cristiandad por toda Europa.
El Renacimiento representa un momento complicado en la historia occidental. La crisis ideológica generada por la división en el seno del cristianismo, a raíz de la aparición de la Reforma Protestante, y la falta de ética en una jerarquía eclesiástica donde cualquier aberración podía ser justificada, llevó a que determinados intelectuales quisieran buscar una explicación a la caótica situación a través de una curiosa combinación de alquimia, mitología, esoterismo y filosofía clásica. La constante lucha por el poder, las guerras interminables y la destrucción asociada hicieron del refugio en la lectura y la interpretación del pasado una ocupación para algunos privilegiados que se aislaron de una realidad difícil, como es el caso de Hipólito d’Este, a partir del momento en que no pudo acceder al papado.
La naturaleza circundante en su exuberancia pasó a contemplarse como un entorno hostil, un espacio mágicamente interpretable y fuente inagotable de jeroglíficos que como un juego podrían interpretarse a partir de los mitos clásicos. Según ello, el individuo, en su camino hacia el conocimiento, podría descifrar los misterios universales y el porqué de su presencia en el cosmos a través de los signos que el paisaje y la vegetación representan como parte del absoluto trascendente.
Dentro de esta concepción intelectual, las ideas pueden encarnarse como imágenes a construir, como fuerzas impulsoras para comprender las pasiones y las razones profundas de las acciones del espíritu humano como si fueran un reflejo de los actos de la divinidad.
La jardinería a la italiana, que nace en este contexto político y cultural, tiene una primera base teórica en el tratado De Re Aedificatoria de Leon Battista Alberti, que consideraba al jardín como una prolongación necesaria de la arquitectura. Parafraseando a Vitrubio, Alberti reintroduce la concepción clasicizante de la ordenación del espacio, tanto interior como exterior. Sus consejos para el tratamiento de la jardinería, incluyendo la configuración de los caminos, los parterres, setos y otros elementos vegetales son muy precisos y se remiten también a las ideas de autores antiguos como Plinio el Joven.
El jardín a la italiana, tal como lo llevaron a cabo los mecenas renacentistas en sus residencias ligadas al campo abierto, se coloca preferentemente en laderas o topografías escarpadas y debe ser simétrico, conteniendo fuentes y otros juegos de agua así como árboles de hoja perenne colocados de manera lineal y regularmente.
Comparando los planos que se conservan de la formalización original del jardín de la Villa d’Este se comprueban las enormes diferencias respecto a su situación actual. Los grandes setos laberínticos de la parte más llana han desaparecido y se han añadido nuevas láminas de agua en su parte central. Sin embargo, los magníficos cipreses y tejos se mantienen junto a los setos recortados y praderas que nos permiten vislumbrar la magnificencia del planteamiento original. El sistema de axialidades y perspectivas junto con la disposición de fuentes y grupos escultóricos nos rememoran un tiempo cultural en el que se valoraba sobremanera la herencia clásica como depositaria de un saber sorprendente. El paseo de las Cento Fontane, uno de los espacios más interesantes del jardín de la Villa d’Este
Colonna es otro diletante miembro de una de las familias patricias más importantes de Roma como los Farnese, Orsini, Borguese, etc, que se disputaron el poder y la riqueza de la jerarquía eclesiástica durante los siglos XV y XVI. La obsesión por los conocimientos clásicos y su traducción moderna llevó a muchos personajes como Francesco Colonna a estudiar con avidez la herencia griega y oriental.
Polífilo inicia su periplo desde la angustia y el desconcierto que representa la naturaleza salvaje y al igual que en la Divina Comedia de Dante y otros textos coetáneos, el protagonista lleva a cabo su viaje exploratorio a través del caos representado por un bosque o selva. En esta alegoría, los artífices de jardines italianos buscaron la reconciliación de lo ordenado con lo irregular, lo natural y lo artificial, la conocida como terza natura o artificio destinado a la fusión entre opuestos.
En el jardín de la Villa d’Este, se reúnen estas inquietudes, sin llegar a la plenitud que representan trabajos posteriores como el Sacro Bosco de Bomarzo, se lleva a cabo una unificación formal en la visualización del espacio. La vegetación, elegida expresamente por su carácter geométrico preciso, pierde su carácter orgánico para formar parte de una arquitectura del paisaje, los setos se podan y adquieren una volumetría y medida precisas como parte de una concepción escultórica. El agua se trata como el hilo conductor que lleva al visitante en su recorrido y le induce determinadas asociaciones e ideas relacionadas con el relato principal, las cascadas y grutas como caída al abismo, las fuentes como punto desde el que fluye el conocimiento, etc. Los grupos escultóricos tienen una misión descriptiva de los episodios mitológicos que explican determinados pormenores de la fábulación genérica hacia la sabiduría.
Lo que es indudable es que la acumulación de pensamiento en determinados puntos ofrece generalmente un enorme atractivo a pesar de que no se produzca una comunicación inteligible en el plano racional. En el caso de la Villa d’Este, al igual que en tantas obras complejas del arte heredado, es muy difícil llegar a aprehender y ser consciente de la totalidad de las historias y referencias que contienen los espacios y elementos que motivaron su creación.