En las sociedades avanzadas, los coches representan una de las posesiones más importantes para el conjunto de los ciudadanos. El vehículo privado se ha convertido en una expresión significativa de nuestro estatus social, incidiendo en proporcionar ventajas y diferencias a los individuos. Incluso, conforme a los anuncios que podemos ver, se nos induce a pensar que la felicidad está directamente relacionada con la posesión de determinadas marcas y modelos.
El coche determina aparentemente una gran libertad de movimiento y un potencial de accesibilidad sin límites al territorio. Con ello, contribuye a la extensión del modelo de vida imperante, en el que la posesión de una gran cantidad de artículos de todo tipo acompaña nuestras vidas. También, instiga una idea bucólica de relación con el medio físico, a partir de la cual, el objetivo de que todos vivamos en una campiña ideal es algo mayoritariamente asumido.
Finalmente, la propaganda, a la que estamos sometidos a través de la publicidad, implanta diariamente una forma de afrontar nuestra supervivencia en la que el automóvil se ha convertido en un instrumento incuestionable. Los índices de venta de vehículos en un espacio o región determinada se consideran como un exponente de riqueza. Cuando crece este índice la economía va bien y en caso contrario, nos estimula a pensar que sería una catástrofe.
Sin embargo, los vehículos privados han ido transformándose paulatinamente en una amenaza que condiciona negativamente nuestra manera de vivir. El automóvil ha hecho posible un funcionamiento social caracterizado por el consumo indiscriminado de recursos, la dispersión territorial y un creciente aislamiento de las personas.
Nuestros coches han ido ocupando progresivamente el espacio público y condicionando negativamente las relaciones sociales. El coche y su incompatibilidad con las ciudades compactas han llevado a que el peatón se haya convertido en un superviviente al que se pretende expulsar de su entorno natural. Las plazas son ocupadas, las aceras invadidas e, incluso, se considera de una manera extrema que los parques son un desperdicio que bien pudieran destinarse a nuevas unidades de aparcamiento. En nuestras ciudades, los vehículos privados acaparan, de una manera u otra, más del 75% de la superficie pública del suelo. Un coche ocupa 12 veces más espacio por persona transportada que la guagua, siendo la tasa de ocupación media por vehículo de 1,25 personas.
La contaminación derivada del uso del automóvil es un problema inaceptable que está condicionando muy negativamente la permanencia del hombre sobre la tierra. La aportación de anhídrido carbónico y otros gases derivados de la combustión de los motores está demostrado que es la causa principal que condiciona el calentamiento global de la atmósfera aunque se pretende maquillar continuamente a través de los medios de comunicación.
El ruido originado por el uso del automóvil es algo que está ahí y que ignoramos a pesar de que supone otra contaminación que nos hace desagradable la existencia. Como mínimo, un tercio de los hogares canarios está afectado de una forma u otra por las molestias derivadas del ruido de la circulación. Este es un problema derivado de la existencia de un nivel de ruido superior a 55 decibelios que no se puede solucionar con medidas de aislamiento o cambios en los vehículos sino a partir del control de su origen.
La incidencia visual del uso masivo del automóvil ha transformado nuestras ciudades y pueblos en lugares escasamente apacibles en los que la armonía que existía en el pasado se ha visto trastocada por la irrupción de cientos de volúmenes en movimiento que afean y ocupan caóticamente el espacio. Las peatonalizaciones llevadas a cabo en algunos lugares de las islas han producido el efecto de recuperar esos espacios afectados aumentando claramente la felicidad de sus usuarios a partir del disfrute social y sin agresiones de plazas y paseos en los que la vegetación suele contribuir a un mayor deleite y descanso.
El uso del automóvil se ha transformado con le transcurso del tiempo en una plaga violenta. Cada año más de 10 millones de personas pierden la vida en el mundo como consecuencia de accidentes en las carreteras. Los jóvenes pertenecientes a la franja entre 16 y 35 años tienen un 40% más de probabilidades de morir como resultado de accidentes de tráfico, lo que hace que en Europa el uso de los coches sea la primera causa de mortalidad en ese grupo de edad, por delante del suicidio.
La desestructuración social y la insatisfacción por el tiempo perdido es otra consecuencia innegable del uso masivo de vehículos privados. En las carreteras se suele perder diariamente más de una hora en el desplazamiento hacia y desde el puesto de trabajo, es decir 20 horas mensuales, podemos establecer que, a lo largo de nuestra vida laboral destinamos más de 2 años completos a desplazamientos que no nos aportan una satisfacción real. Podríamos considerar también el coste económico derivado dentro de la lógica del sistema en que vivimos. El coche induce una separación creciente de las familias, también entre los amigos, que no pueden usar las calles para relacionarse y por ello, los niños se ven confinados a jugar en soledad frente al ordenador mientras que, cuando yo era pequeño, podíamos jugar a la pelota en las calles incrementando nuestra sociabilidad.
Si no estuviéramos condicionados por los medios de comunicación de masas y otras formas sutiles de manipulación de nuestras conciencias e hiciéramos un análisis racional sobre las ventajas y desventajas relacionadas con el uso de nuestros coches reclamaríamos de inmediato la implantación de otros sistemas de acceso mas adecuados a nuestros trabajos, al ocio y al consumo.
Habría que poner en valor el acceso directo peatonal al conjunto de actividades que pautan nuestras vidas. La jerarquía de exigencia de transporte implicaría que, en primer lugar, los espacios cotidianos de nuestra existencia pudieran ser accesibles caminando. La ciudad paseable debe ser el objetivo básico de toda política de transporte. Primero, el peatón y en segundo lugar, la bicicleta y el transporte público.
A este respecto, en la isla de Tenerife al igual que en el conjunto de la región canaria, se asiste a la acción de grupos y administraciones que tienen intervenciones contradictorias para afrontar la solución de este problema. Mientras el Cabildo de Tenerife se ha embarcado inequívocamente en una política de promoción del transporte público, la administración regional competente promociona la ampliación indiscriminada de nuevas carreteras y potentes infraestructuras destinadas al vehículo privado. Esta es una contradicción que debe de superarse puesto que una administración responsable tiene que ser consciente de la escasez de recursos y de cuales deben ser en consecuencia las prioridades de inversión adecuadas.
Es incuestionable que el aumento exponencial de la inversión en las redes de carreteras no llega a solucionar los problemas de congestión como podemos comprobar con lo ocurrido en el caso del tramo de la Autopista entre el Padre Anchieta y Los Rodeos en el municipio de La Laguna. Habiéndose intervenido por dos veces sobre el mismo espacio viario los problemas permanecen irresueltos. Curiosamente, el calmado del tráfico o su simple supresión eliminan las disfunciones derivadas de la congestión como ha ocurrido en el caso de la implantación del tranvía y su paso por la Rambla de Pulido en Santa Cruz de Tenerife han transformado una vía altamente polucionada en un espacio mucho más amable donde los efectos de los vehículos privados se han atenuado considerablemente.
Habría que contrastar que mientras las redes de transporte público, sobre todo las guiadas sobre infraestructuras fijas, catalizan la centralidad y la concentración de servicios en determinados puntos del territorio que favorecen los espacios paseables, las carreteras favorecen la dispersión y la construcción de todo tipo de artefactos en cualquier punto de la isla, apoyando una mayor irracionalidad y consumo de suelo.
Es urgente que adquiramos mayor consciencia sobre lo que es necesario para reorientar nuestra forma de relación con el territorio disponible. Las islas son unos espacios limitados por el mar y que se hacen más escasos a medida que las vamos ocupando de una manera incontrolada. El modelo insular que debemos apoyar en el futuro debe de garantizar la habitabilidad para una creciente población. Por ello, es conveniente reservar las carreteras disponibles para el desplazamiento de mercancías y reorientar el movimiento de las personas hacia el transporte público.
Esencialmente, el esquema futuro de transporte público previsto para Tenerife, compuesto por dos líneas de alta capacidad que conecten el área metropolitana con el valle de la Orotava y el Sur de Tenerife, debe considerarse correcto, aunque se podría matizar en cuanto a la necesidad de reflexionar sobre la forma de llevarlo a cabo. Debería partir de una planificación integral de este modelo que contemple una visión de conjunto antes de acometer los proyectos y las inversiones concretas. Que defina previamente cuales deben ser los lugares que estratégicamente deben de establecerse como nodos de acceso, la integración capilar dentro de las áreas servidas por las estaciones y definición de usos apropiados a incentivar en esos puntos. Por último, y con carácter previo, se podría haber debatido sobre el tipo de medio de transporte más adecuado a nuestras capacidades financieras. En esto último, se echa en falta la voluntad de los responsables políticos para debatir seriamente y permitir la participación del conjunto de la ciudadanía en los procesos de toma de decisiones.
Los urbanistas pensamos que una forma de contribuir a este proceso, que es muy costoso económicamente y también socialmente, podría tener su base en el establecimiento de tasas sobre el uso de vehículos privados en las vías más congestionadas y el destino exclusivo de esa recaudación hacia la planificación y construcción de una red extensa, eficiente y competitiva de transporte público. Esto redundaría, en un primer lugar, en una mayor disponibilidad de un recurso escaso como la red viaria para las actividades de transporte de mercancías, seguridad, y servicios colectivos y, en segundo lugar, permitiría una mejor financiación de los cambios que son necesarios para lograr una mejor accesibilidad de los tinerfeños hacia los distintos lugares de la isla en los que se lleva a cabo nuestra existencia.