ORÍGENES URBANOS DE SANTA CRUZ DE TENERIFE

 Plano de la ciudad de Santa Cruz de Tenerife. Tiburcio Rosell, 1701

Esta semana he tenido oportunidad de recuperar y analizar algunos documentos cartográficos que ilustran la evolución urbana de la localidad en que vivo, Santa Cruz, en la isla de Tenerife. Ha sido un momento intenso dedicado a escudriñar e imaginar la manera en que se originaron esas calles y edificios que recorro diariamente. Para alguien que se dedica a la arquitectura y el urbanismo, los mapas del lugar en que desarrollas tu actividad -esos dibujos heredados de otros profesionales que te han precedido- son un regalo apasionante que te permite entender los hitos del relato que describe la historia de tu ciudad.
 

Si observamos las representaciones fotográficas aéreas del territorio, como las ortofotos que constituyen hoy en día la base de recursos populares en la red como Google Maps, es difícil discernir cuales son los elementos que, en el curso del tiempo, han ido organizando esa mescolanza de calles y edificios que refleja la ocupación humana de la geografía que habitamos.
Es por eso que la cartografía antigua representa un recurso fundamental para comprender el desarrollo urbanístico de las ciudades. El legado de mapas, acopiados a lo largo de los siglos, es un poderoso instrumento que describe las características del territorio en cada momento histórico. Esos documentos técnicos actúan como fedatarios gráficos de las iniciativas y transformaciones urbanas producidas en la utilización del suelo.
Representación urbana de Çatal Hüyük. Interpretación de James Mellaart, 1967
Es emocionante descifrar, como lo hacen los arqueólogos, a través de los restos heredados, tumbas, textos y pinturas la forma de organización social original que tenían los distintos grupos humanos que nos han precedido. Comprender esos procesos sociales que condujeron a la plasmación espacial de unos lugares y unas arquitecturas peculiares forma parte de esa identidad que impregna cada lugar.  
 
Por ejemplo, nos podemos imaginar Çatal Hüyük hace más de 10.000 años a partir de ese primer plano conocido de una ciudad, esgrafiado y coloreado sobre la pared de una casa. Un bosquejo que representa a una aglomeración de edificios y calles irregulares en la que probablemente agruparían pastores y agricultores, junto a una serie de extraordinarios artesanos y mercaderes Todos ellos viviendo junto a un pequeño riachuelo bajo la imponente y amenazadora presencia del volcán Hasan Dag en la actual Anatolia.
En el caso de Canarias, la historia de nuestras ciudades es relativamente corta, apenas cinco siglos y por ello, no se ha producido tan intensamente esa forma de palimpsesto que tienen otros espacios históricos antiguos, donde la superposición de trazas y formas construidas es intensa y de los que Roma sería un ejemplo preclaro.
 Porto di Santa Cruz della isola de Tenerife. Leonardo Torriani, 1588
La historia de mi ciudad comenzaría en 1494 con el desembarco de las huestes del investido Adelantado por la Corona de Castilla. Alonso Fernández de Lugo acabaría la conquista de Canarias para España, ocupando las islas de la Palma y Tenerife en las postrimerías del siglo XV. En el caso de esta última, realizaría su sometimiento en varias fases, a partir del desembarco de sus tropas en el mismo lugar, denominado Añazo. La llamada Caleta de la Carne era una pequeña ensenada junto a la que construiría inmediatamente una pequeña torre defensiva para protegerse de los aborígenes guanches y que sería sustituida por un fortín más consistente una vez pacificada la isla. Ese es un hito urbanístico que está en el origen de Santa Cruz de Añazo, como sería denominada la villa en sus comienzos.
 
El primer documento cartográfico con el que cuenta la ciudad es el que realizaría en 1588 el ingeniero cremonés, Leonardo Torriani. Sería un resultado del estudio para la fortificación del archipiélago que hizo por encargo del rey Felipe II. Cuando el italiano visita la ciudad han pasado ya 8 décadas desde la fundación del primer asentamiento y hay un primer nivel de consolidación poblacional. Serían unos tiempos difíciles en los que había que construir el conjunto de las instituciones de una sociedad desde cero. Un momento apasionante en el que los colonizadores comenzarían a construir sus asentamientos y empezarían la roturación de las tierras más fértiles una vez realizado su primer reparto entre los participantes en la conquista.
En ese plano, titulado Porto di S. Cruz della isola di Tenerife, que se integra en su conocida Descripción e historia del reino de las islas Canarias, aparece dibujada la pequeña villa marinera, integrada por la doscientas casas -que según Torriani- se habían acumulado a lo largo del siglo que ha transcurrido ya desde el primer momento fundacional. Ahí se representan ya los elementos urbanos más significativos como el castillo de San Cristóbal, que sustituyó a las primeras fortificaciones en 1577 y ocuparía un promontorio prominente de la costa junto al punto de desembarco habitual, junto a la Caleta de la Carne. En ese tiempo, el caserío se dispone entre ese baluarte defensivo y otro hito geográfico relevante, el barranco de Santos. La carta refleja también un primer esbozo de fortificación de la costa que se prolonga desde allí hacia el Sur por delante del pequeño grupo de casas del Cabo, ocupando todo el frente marino. Junto al desembarcadero se ha conformado un pequeño espacio abierto que, probablemente permitiría acomodar las maniobras de descarga y conexión con los navíos. Aparecen también reflejados de alguna manera, los templos primeros de este ya núcleo urbano: la primera fábrica de la iglesia de la Concepción, junto a las ermitas de Regla y de la Consolación.
Vista aérea del espacio fundacional de la ciudad de Santa Cruz de Tenerife. Foto: Adalberto
Benítez, 1955 apróx.
El siglo XVII es para Tenerife un tiempo para el esfuerzo colonizador del territorio interior de la isla, así como el momento para la implantación de determinadas especialidades agrarias orientadas a la exportación. Es el caso del azúcar, primero y del vino, después. Productos que se exportaban directamente desde los puertos y fondeaderos más próximos a los ámbitos de cultivo más significados, la comarca de Daute y el valle de La Orotava. Esto tendría una influencia clara en la parálisis urbanística del puerto de Santa Cruz y la concentración de las actividades comerciales y de intercambio en la villa norteña de Garachico y el puerto de la Orotava.
 
La organización urbana primitiva alrededor de aquel embarcadero, existente en esa época, quedaría representada de una manera más precisa en el dibujo realizado por el militar Tiburcio Rosell a comienzos del siglo XVIII. Allí, en escorzo axonométrico, se observa la forma consolidada de aquel asentamiento costero que constituía una de las puertas de acceso a la isla. En el bosquejo de Rosell, se aprecia la escasa transformación producida a lo largo de toda la centuria anterior. Si bien se ha consolidado y extendido la fortificación y amurallamiento de la costa con la construcción de la batería del Rosario al Norte, también habrían empezado a definirse otros elementos urbanos significativos en la futura estructura de la villa.
Es el caso de la plaza de la Constitución o de la Candelaria, en la trasera del castillo de San Cristóbal; un espacio en el que las edificaciones se habrían dispuesto de tal manera que se ha conformado ya claramente en su típica forma rectangular y de la que parte, en extensión hacia el Oeste, la calle del Castillo. Ya se han empezado a construir también los edificios que albergan a los conventos de Santo Domingo y San Francisco. El camino hacia la ciudad de La Laguna, capital entonces de la isla, se perfila en prolongación de la calle de la Noria. Podemos observar que junto a su inicio se accedía al puente de madera que comunicaba con el barrio del Cabo. Probablemente, el dibujo de una estructura en uno de sus extremos representaría la noria que daba nombre a aquella vía. La iglesia de la Concepción muestra ya la forma básica rectangular que se mantiene hasta nuestros días, estructurada entonces en tres naves paralelas bajo cubiertas de madera a dos aguas.
La ciudad de Santa Cruz de Tenerife y sus entornos. Joseph Ruiz, 1771
La destrucción a comienzos de ese siglo XVIII del puerto de Garachico, la otra entrada importante a la isla, acelerará como contrapartida el crecimiento de Santa Cruz de Tenerife. Un plano significativo que representa ese momento de transición es el que dibujaría otro ingeniero militar, Joseph Ruíz, 70 años después. De su lectura se desprende que, de repente, el caserío había experimentado en esas décadas un crecimiento notable.
 
En este siguiente documento dibujado, aparece con rotundidad un nuevo elemento imponiéndose al perfil de la costa y adentrándose claramente hacia el mar. Es el reciente muelle que se ha construido al norte del Castillo de San Cristóbal. Un esfuerzo de ingeniería marítima que busca la mejora del acceso a la isla con una infraestructura portuaria que permita las operaciones de estiba y desestiba en mejores condiciones.
En ese mapa se observa ya la muy completa fortificación de la costa, ocupando toda la orilla desde el extremo más septentrional, con varias baterías colocadas en posiciones estratégicas, llegando hasta el barranco de Santos. Esa muralla se prolonga más allá hacia el Sur desde el Cabo, barrio que ha experimentado un escaso crecimiento hasta entonces. Este importante esfuerzo de amurallamiento, que le valdría a la ciudad el título de Plaza Fuerte, trataba de responder a los constantes y reiterados ataques a las islas de piratas y corsarios ingleses, holandeses y franceses que tan bien describiría Rumeu de Armas en su extraordinaria obra de 1947, Piratería y Ataques Navales contra las islas Canarias.
El mapa refleja cuatro elementos geográficos básicos para entender la estructura de la ciudad. Son los barrancos y barranquillos que cruzan el núcleo de Este a Oeste. El más relevante es el barranco del Santos que establece un límite urbano claro al sur; mientras que el llamado barranquillo del Aceite define una grieta entre el caserío consolidado y el nuevo barrio de Villaflor, situado hacia el suroeste. Este eje coincide con el desarrollo de la actual calle de Imeldo Serís. Otros dos barranquillos se dibujan, uno primero, denominado antiguamente de Guaite, que coincide con la traza del viario situado lateralmente a la plaza del Príncipe y su prolongación hacia el parque de García Sanabría; una segunda escorrentía divide el espacio del futuro barrio del Toscal, coincidiendo espacialmente con la actual calle de San Antonio.
La plaza de la Candelaria a mediados del siglo XX. Foto: Colección de Miguel Bravo
Los conventos de San Francisco y Santo Domingo han colonizado los espacios próximos para establecer huertas a su servicio. Nuevas iglesias y ermitas aparecen ya reflejadas en los ámbitos más alejados del caserío como ocurre con la del Pilar y la de San Sebastián. La primera situada al margen de la calle del mismo nombre que aparece ya claramente delineada y la segunda se localiza en el borde del camino hacia La Laguna que discurre paralelo al barranco de Santos por su margen Sur.
 
El arrabal del Toscal ya se ha iniciado entonces con un pequeño grupo de casas y calles, cuyo trazado se organiza atendiendo a la disposición de los barranquillos que lo cruzan. El resto del espacio que conformará ese futuro barrio hacia el Norte se halla cubierto de huertas y pequeñas construcciones. Otro elemento significado en el plano es el trazado del llamado camino de Ronda o de los Coches que delimita el espacio ya colonizado, estableciendo un amplío bucle viario orientado principalmente de Norte a Sur. Esa vía habría sido trazada por el general Benavente en el último tercio del siglo XVII.
El resto del mapa esta cubierto de manchas que tratan de representar las innumerables huertas y fincas de cultivo existentes en la periferia, junto a la presencia imponente hacia el Noreste de las laderas del macizo montañoso de Anaga. Estas últimas representadas con sombreado para resaltar su volumetría.
Así quedaría conformado el centro histórico de la ciudad hasta finales del siglo XVIII. Una pequeña villa que contaría entonces con 6.500 habitantes y tendría su razón de existencia y desarrollo en un tráfico portuario en creciente expansión.
Interpretación de la estructura urbana existente a comienzos del siglo XVIII a partir del plano de Rosell. Federico García Barba

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