En esta deriva del urbanismo contemporáneo, Muñoz identifica tres procesos simultáneos en curso hacia la completa banalización del espacio o urbanalización. El más importante sería la especialización económica de los espacios con una atención prioritaria a la implantación de monocultivos altamente rentables en determinados lugares. Consecuencia, de lo anterior, tendría lugar una segregación o zonificación de las partes del territorio y la ciudad hacia una mayor uniformidad de formas y usos adaptados a las distintas especialidades económicas asignadas. Y, en tercer lugar, se produciría la tematización paisajística que llevaría implícita la simplificación de las maneras en que se desarrolla la vida ciudadana en las distintas partes en que se habrían dividido las ciudades y territorios. Todo ello, estaría conduciendo a las ciudades -esos artefactos que se habrían ido construyendo colectiva y trabajosamente a lo largo de la historia- a un empobrecimiento paulatino de su papel como herramientas culturales y sociales al servicio de la población.
Estos procesos van íntimamente ligados a la constante banalización de las sociedades contemporáneas. Tomando como referencia las tesis sobre la banalidad contemporánea del filósofo José Luis Pardo, Muñoz señala que las ciudades estarían sufriendo una constante adaptación al consumo de masas, mediante su simplificación narrativa. Para Pardo, la banalización asociada se produciría a partir de dos sistemas. El primero de ellos se articularía desde la generación de dos elementos: energía y diversión. Las costumbres, los objetos y los espacios deben mostrarse llenos de actividad e incorporar elementos para el recreo, aumentando así su atractivo para amplias capas de la población. Por otra parte, se deben también aplicar técnicas para garantizar la asepsia y la suavización en esos mismos elementos, unificando y facilitando de esa forma su consumo indiferenciado.
La Postdamer Platz de Berlin con el edificio de la Philarmonie de Hans Scharoum en primer plano. Foto: Skycrapercity
Según el autor, la urbanalización sería, por tanto, un proceso de adaptación global del espacio urbanizado que se caracterizaría también por dos tácticas ideológicas específicas, el cosmopolitismo brandificado y el romanticismo de consumo.
En el primer caso, el autor hace referencia al papel que las marcas han adquirido en el desarrollo de las sociedades contemporáneas. Todo ha pasado a estar representado por narraciones esquemáticas de la realidad, en un proceso de reducción de las experiencias a piezas consumibles con facilidad y rapidez. Las imágenes simplificadas han ido adquiriendo ahí un papel más preponderante en todo tipo de actividades y los elementos que han llevado a un paroxismo esta tendencia son las marcas y, finalmente, los logos de todo tipo que acaparan la representación.
En el caso de las ciudades se habría producido también este proceso de reducción a un nuevo vocabulario de marcas y logos identificables. Es lo que Muñoz identifica como cosmopolitismo brandificado en el que el consumo de los espacios urbanizados se hace a través de la intermediación necesaria del branding para lograr la interrelación entre productores y mercancías culturales de todo tipo. Las ciudades se habrían transformado así en meros contenedores preparados para el consumo; soportes en los que representar y colocar las distintas marcas, de tal manera que constituyan el escenario necesario para la experiencia del consumo.
El proceso hacia la implantación de un cosmopolitismo brandificado ha sido plenamente asumido por las marcas globales de consumo en su despliegue planetario. Así, han aparecido recientemente subespacios específicos orientados a una mayor especialización de producto como los barrios o calles de moda. Es el caso de la reserva de espacios de las ciudades a consumos muy especializados, como la confluencia entre Oxford y Regent’s Street en Londres, la Rue du Faubourg SaintHonoré en París o Rodeo Drive en Los Ángeles. Y también, la constitución de espacios específicos destinados a restringir exclusivamente la exposición del consumidor a las mercancías propias. De esa manera, se propondrían AppleStores, Niketowns, etc. Tiendas ampliadas a la manera de centro comercial en las que solo se podría acceder a los productos propios de cada marca.
Obelisco de la Plaza de la Constitución en la avenida de Mayo de Buenos Aires. Foto: Sociedad Nocturna
El romanticismo de consumo englobaría ese estilo de vida que se incentiva en múltiples lugares a partir de la cultura de masas, una especie de ideología relacionada con una nostalgia de un pasado idealizado y la tematización de las arquitecturas y los espacios. Un ejemplo extremo de esa manera de entender las formas de habitar las ciudades sería el caso de Celebration en Florida. Una nueva ciudad promocionada por la empresa de entretenimiento americana Disney, en la que se propondría a sus habitantes unas pautas de comportamiento muy rígidas, relacionadas con el tradicionalismo de las formas construidas y los espacios colectivos.
En Celebration se establecería un escenario idealizado, caricaturizando de una manera decorativa las formas urbanas características en los pueblos y pequeñas ciudades de los Estados Unidos a comienzos del siglo XX y enfatizadas durante décadas por la industria cinematográfica. La superchería romántica llegaría a tal extremo que se habrían propuesto dispersar hojas secas en el mes de septiembre y nieve a finales de cada año, sin tener en cuenta el clima de un lugar situado realmente en el trópico. Finalmente, la apuesta de Disney no ha tenido el éxito esperado y una gran parte de sus 12.000 viviendas han quedado desocupadas. Quizás ello sea debido a la falsedad extrema de su propuesta y la rigidez del comportamiento exigido.
El libro se completa con una caracterización de cuatro ciudades significativas elegidas al efecto por el autor: Londres, Berlín, Buenos Aires y Barcelona.
Puerta de Brandeburgo. Berlín
En el caso de Londres, Muñoz hace una descripción de las condiciones de especialización de la ciudad hacia los sectores de servicios de ingeniería, financieros, seguros, publicitarios y, así mismo, el consumo cultural. Actividades que la dotarían de una marca global potentísima. Sin embargo, se presentaría también como una ciudad dual donde la pobreza ha ido instalándose y creciendo progresivamente en determinadas partes y barrios. En Londres se habría desarrollado un urbanismo para yuppies en determinados puntos como los conocidos Docklands, barrio de moda de la ciudad. Y también la generalización en la ciudad histórica de numerosos productos culturales en un proceso que describe como festivalización.
Berlín queda conceptuado en el libro como ciudad logo que habría renacido de sus cenizas en un esfuerzo para su puesta en el mercado de la competición global de ciudades, una vez ocurrida la reintegración de las dos partes en que fue dividida la ciudad tras la 2ª Guerra Mundial. Ese proceso habría llevado a un disparadero especulativo que transformó el espacio urbano en un producto inmobiliario de atractivo para inversores de todas partes. En ese caso, la estrategia de transformación se habría apoyado en una reconsideración morfológica en la que la recuperación de las formas de las arquitecturas históricas preexistentes tendría un papel protagónico.
Estancia Abril, un country en el Gran Buenos Aires. Foto: Tomm
Para Buenos Aires, Muñoz elige el lema de ciudad cuarteada. Con ello querría expresar el carácter de extrema segregación experimentado por este territorio en su sometimiento extremo a las fuerzas económicas internacionales. La metrópolis argentina habría alcanzado una extensión considerable en la segunda mitad del siglo XX, ocupando sus 12 millones de habitantes una superficie superior a los 4700 kilómetros cuadrados.
Allí se habría producido un proceso de división extrema del espacio y la segregación injusta entre grupos poblacionales. La extensión de las llamadas villas miseria, por un lado, y la implantación de numerosísimos countries, o comunidades con el espacio privatizado y el acceso restringido, por otro, habría ido contribuyendo progresivamente al cuarteamiento urbano al que hace referencia el autor.
En Buenos Aires se habrían ido sufriendo así todas esas perversiones a las que alude el libro. Una debacle urbana, económica y social inherente a la aplicación de las recetas neoliberales que el capitalismo financiero internacional impuso salvajemente en las últimas décadas del siglo pasado y los comienzos de éste. Los procesos privatizadores sin control colectivo y la corrupción inseparable a una política totalmente diezmada, habrían llevado a un espacio urbano previo rico a su degradación y empobrecimiento extremo, plenamente equiparable en última instancia al de otras metrópolis degradadas del planeta.
El barrio financiero de la City. Londres, 2009. Foto: Federico García Barba
Finalmente, Barcelona sería la ciudad marca por excelencia. Ejemplificaría así el éxito de una estrategia conscientemente desarrollada por las élites catalanas para lograr competir globalmente y atraer capital en pie de igualdad con otros espacios metropolitanos representativos a nivel europeo. Es importante considerar que ello ha sido el resultado de un esfuerzo de alineamiento colectivo que contempla tanto la economía como el urbanismo y el marketing de ciudad; una voluntad colectiva planificada y desplegada a lo largo de varias décadas ya. Sus hitos más significativos serían en primer lugar, el comienzo de la última etapa democrática, con la elección de los Ayuntamientos a finales de los años 1970; seguiría la celebración de los Juegos Olímpicos de 1992; y, posteriormente, otros acontecimientos más o menos conocidos como el Forum de las Culturas de 2004.
Como señala Muñoz, en esta estrategia de transformación de la ciudad el urbanismo se habría convertido en un instrumento de comunicación de los nuevos ideales democráticos. Así un elemento esencial para la difusión de una marca progresista de desarrollo territorial habría ido derivando hacia la implantación progresiva de un territorio urbanalizado. La imagen demagógica sería así un elemento esencial para lograr la transformación buscada de Barcelona como metrópolis dinámica y con cierto halo progresista que contribuyera a espolear su atractivo internacional.
El resultado de este proceso que ya tiene una historia superior a tres décadas, ha sido una profunda y radical remodelación de la ciudad, mediante el cual se habría puesto en valor lo existente previamente, como elementos esenciales de la marca sociourbanística. Un espacio territorial ligado al mediterráneo y a Europa; La arquitectura de Gaudí y el Modernisme como anclas y referencias estilísticas; el multiculturalismo y el mestizaje como sobre la base de una identidad peculiar, el catalanismo. El esfuerzo desarrollado para la diferenciación y puesta en valor del producto urbano iría aumentando exponencialmente con los años el atractivo de ese ámbito territorial.
Brandcelona, como la bautiza el autor, sufriría así un proceso autoinducido de mejora de la imagen de la ciudad en competencia turística global y que ha acabado por engullir a la propia ciudad y sus espacios más reconocidos. Hoy en día, el centro urbano y algunos lugares significativos han sido colonizados radicalmente por los visitantes que acuden masivamente en detrimento de los propios residentes que han sido expulsados en la práctica.
La Casa de les Puntxes, un hito del Modernisme catalán. Puig i Cadafalch, arquitecto. Foto: Federico García Barba
Aunque choque inicialmente, de lo dicho más arriba creo que está justificada la caracterización actual de los procesos metropolitanos como urbanalización. No obstante, puestos a generar nuevos vocablos o neologismos a mi me habría gustado que se hubiera empleado el término territoriano más que el de territoriantes para definir nuestra condición contemporánea. Un vocablo que reflejaría más adecuadamente el carácter contemporáneo de nuestra forma de relacionarnos con el medio que habitamos. Habríamos pasado así de vivir la ciudad a integrarnos en esos vastos territorios metropolitanos ocupados difusamente que caracterizan nuestra existencia cotidiana.
Ingresamos en el siglo XXI transformados de ciudadanos a territorianos. Habitantes de un planeta en lo que es más importante la exacerbación del consumo y las posibilidades para la conexión entre los lugares que la idiosincrasia exclusiva y los elementos culturales heredados, propios de esos territorios