NARRATIVAS EXPERIMENTALES

 La ribera de Kop van Zuid en el sur de Rotterdam
A veces te encuentras en lugares enigmáticos en los que se sitúan construcciones y artilugios que no puedes comprender. Intentas explicar cual es la razón de su peculiar disposición y forma sin llegar a entender cabalmente que es lo que ocurre allí. Algo así me ocurriría meses atrás a orillas del río Maas.

Las riberas urbanas suelen presentar un encanto especial cuando han dejado de estar colonizadas por las infraestructuras portuarias. Las urbes más dinámicas del mundo se han ido creando junto al mar y los ríos a lo largo de los siglos. Las grandes superficies acuáticas han desempeñado siempre un papel relevante como espacio para las comunicaciones a larga distancia y de ahí el estimulo para situarse junto a ella.
Siempre es un placer recorrer la orilla de las ciudades fluviales porque, además de disfrutar de amplias perspectivas, se detectan las huellas de la presencia humana, aquellas que ha ido acumulándose a lo largo de generaciones. En nuestro deambular colectivo nos acompañan esas brisas, el sol y las vistas que hacen a estas franjas estrechas entre la ciudad y el agua especialmente atractivas. Multitud de pequeños detalles llaman la atención del paseante en su tránsito por esas fachadas urbanas que nos cuentan pequeñas historias cotidianas, tanto sobre formas de vida ya desaparecidas como la manera en que nuestros contemporáneos se deleitan en esos espacios abiertos a la acción de los elementos y el clima.
Por eso es especialmente retador cuando encuentras algunas disposiciones de elementos en el paisaje sobre las que no tienes ninguna referencia: A veces nos tropezamos con formas y edificios que no puedes explicar y, por eso, resultan más enigmáticos aun, si cabe.

Algo de esto me ha pasado hace unos meses, paseando por la margen sur del río Maas en Rotterdam, justo después de atravesar ese monumento icónico de la ciudad que es el puente Erasmus. Acudes a contemplar el vibrante barrio de Kop van Zuid y te topas con unas construcciones que resultan incomprensibles situadas en su borde ribereño. Un escenario de elementos y formas cuyo lenguaje configura un paisaje surrealista que expresa con toda rotundidad la contemporaneidad actual de la ciudad.
Aunque te suena la arquitectura de sus formas solo al cabo del tiempo caes en la cuenta de que es una propuesta del equipo alemán Bolles+Wilson Architekburö de Münster, formado por los arquitectos Julia Bolles y Peter Wilson. Ellos son también los autores del cercano Teatro Luxor y han tenido la suerte de poder llevar a cabo aquí un trabajo de investigación que ha generado un espacio singular. Es entonces cuando recuerdas que has visto esas imágenes en alguna ya vieja revista española de arquitectura, como El Croquis. De vuelta a casa investigas en esos ejemplares que se han dedicado a explicar el trabajo de estos profesionales.
Así redescubres que la ordenación de este muelle urbano es el despliegue de una nueva narrativa completamente experimental en la que se juega con ideas sugerentes que rememoran conceptos que son sugerentes en sí mismos: La casa de los vigilantes del puerto, las rocas electrónicas, el jardín pétreo de los números fijos y la torre digital de los números cambiantes. Ese tipo de descripciones rebuscadas a las que son tan dados los arquitectos para apoyar la creatividad sin anclaje, un esfuerzo de diseño que no responde a una racionalidad estricta.

 Maqueta del proyecto para el espacio. Bolles+Wilson. El Croquis, 67
Sus propias explicaciones del proyecto ayudan a precisar la poética que subyace tras esta narración paisajística. Así señalan que la forma de la casa de los vigilantes obedece a la necesidad de albergar los dispositivos para el control del tráfico de buques y la gestión de los puentes móviles, radares, ordenadores, etc. Es la expresión de una nueva época caracterizada por la influencia de la tecnología electrónica y digital. En mi impresión, el motivo formal de esa arquitectura, un pequeño edificio triangular, elevado a gran altura sobre el muelle y apoyado por ligeras patas tubulares, se asemeja a un insecto a punto de deslizarse sobre la superficie acuática. Para los autores, sin embargo, surge de una explicación fortuita: El tema es el de la vigilancia desde una altura de 12 metros (la altura de los ojos de un capitán de barco): otra máquina perspectiva.
A su lado se despliega sobre el suelo el Jardín de los Números Fijos que consiste en una explanada pavimentada con piedra granítica en la que se incrustan algunos números metálicos de acero inoxidable (unos números abandonados, según los autores) que nos rememoraría así algunos datos relativos al lugar. Por ejemplo, las cambiantes alturas del nivel del agua y también un acróstico numérico, cuyo resultado es caprichosamente el guarismo 15 para el resto de la eternidad. Se disponen también algunos asientos abandonados a la manera de enormes piedras blanquecinas que se iluminan al atardecer y se sitúan bajo una poderosa pérgola metálica que invoca las piezas gigantes que se acumularían en los astilleros que allí debieron existir en el pasado.

Edificio de control de tráfico fluvial. Arquitectos: Bolles+Wilson
Al otro costado del puente percibimos la llamada Torre de los Números Inconstantes que son acogidos en unas cajas luminiscentes dentro de una forma escultórica de malla hiperbólica. Esos anuncios muestran un despliegue de números electrónicos, útiles e inútiles, elegidos aleatoriamente por los autores según su propio albedrío: la hora, la temperatura, el tamaño de la población mundial que crepita constantemente en un crecimiento imparable.
Esta explanada sería algo así como un espacio autista para el que sus autores no previeron un uso concreto. Indican en su texto justificativo que eso se deja a la imaginación de los visitantes ocasionales. Y, por ejemplo, les gustaría que sirviera como escenario urbano pintoresco para que los novios se hicieran las correspondientes fotos tras la boda.
Así, en el lugar más insospechado, uno se encuentra con una propuesta poética inverosímil en un mundo totalmente devastado por la economía.

Los últimos edificios de oficinas surgidos al sur del río Maas

6 comments to NARRATIVAS EXPERIMENTALES

  • Nicolás Cologan

    Nicolas escribió: “muy bueno el artículo Federico, que buenos recuerdos ese croquis de Bolas+Wilson, como los llamabamos antes, y ese proyecto en especial era muy sugerente, con ese mosquito gigante en la esquina….”

  • Anonymous

    Federico, me dejas perplejo.

    Este edificio es ya “viejísimo” y parece que acabas de descubrirlo, o que tienes los “croquis” para hacer metros de estantería.

    Hacía tiempo que no visitaba tu blog y me he llevado otra decepción. Que hables así de arquitectura contemporánea, con casi 20 años de antigüedad, (…”construcciones y artilugios que no puedes comprender”…) y te inviten a participar como jurado de concursos de proyectos me parece toda una contradicción y además me pone los pelos de punta. Pero a esto hemos conducido la profesión, a que los supuestos ilustrados nos hablen de arquitectura y valoren nuestras propuestas de proyectos de concurso como si los demás nos dedicaramos a la agricultura.

    No te vendría mal un reciclaje, reciclaje de verdad, aunque a veces la edad no perdona ni lo permite. Reciclarse o retirarse, that is the question …

  • Veo que simplemente a algunos les molesta que escriba. No acabo de percibir las razones, aunque podría intuirlas. Peor es cuando no se da la cara es difícil entender las motivaciones que contextualizan un comentario como el que realiza este nuevo anónimo.
    Pero pasemos a la argumentación.
    Se dice que el proyecto que comento es viejísimo y que parecería que acabo de descubrirlo. Creo que el que una obra de arquitectura, de literatura o lo que sea, sea vieja o nueva no tiene mayor significado. Por esa misma razón podríamos descalificar el Partenón o el Quijote. Ya lo diría mejor que yo Theodor Adorno, el tiempo no es argumento para enjuiciar una obra de arte.
    Por ello, no me parece correcto que se me descalifique genéricamente por hablar de un espacio que ya tiene 20 años de antigüedad.
    Si me invitan a participar como jurado en algunos concursos de arquitectura, habrá que preguntar a los que lo hacen y no veo donde está la contradicción. Es posible que no sea el más adecuado, pero si lo hacen trato de hacer la tarea que me encomiendan con el mayor rigor posible.
    Un concurso de arquitectura, o de cualquier otro tipo, es un evento en el que sus participantes se someten al veredicto de otros de acuerdo a unas bases acordadas. Hoy en día hay una queja generalizada sobre esta forma de adjudicar galardones y, sobre todo, trabajo profesional. Está claro que hay mucho que cambiar ahí y la casuística es larguísima. El que considere malo o injusto esta manera de selección técnica, o bien que no participe o que aporte ideas para cambiar ese sistema.
    Que me convendría un reciclaje. Seguramente, es posible que necesite una actualización, como tantísimos otros. Con toda seguridad, el que se oculta tras el anonimato también lo necesite. Pero que me inviten a retirarme huele a pataleta para que alguien que molesta desaparezca y no estorbe a los designios de quienes, en el fondo, reflejan envidia.
    No es que me alegre, que me traten así. Yo lo he buscado estando a la vista, publicando aquí y, también, teniendo un papel político. Solo pediría argumentos sólidos sobre los que discutir real y verdaderamente sobre las cosas que escribo. Aunque creo que en el caso de este comentario no es muy posible porque el texto que se critica es una simple narración personal sobre una experiencia de viaje que he tenido.

  • Andrés

    Querido Fede: sigo pensando que no vale la pena discutir con anónimos agresivos, ni tan siquiera tratar de argumentar con ellos; eso no les hará cambiar de actitud ni de propósito (que es bien diferente a establecer una discusión). Pensé que habías decidido evitarlos gracias al filtro de aprobación de comentarios, pero veo que has cambiado de opinión. Sea por lo que sea, y como en todas las veces anteriores, te mando mi apoyo. Un abrazo, Andrés

  • Fede, hacía tiempo que no entraba en tu blog y he aprovechado un rato de descanso esta mañana para ponerme al día. Como siempre, tus últimos cinco artículos (los que no había leído) me sugieren comentarios e incluso puntuales disensos, pero estoy algo perezoso (será el calor) para redactar mis argumentaciones. A lo que sí no me resisto es a dar mi opinión sobre el comentario anónimo que aparece en este post, aunque lo que voy a decir sea, en gran parte, redundar en tu respuesta. De entrada, la simple ocultación bajo el anonimato de quienquiera que lo haya escrito, lo califica como cobarde y ruin. El estilo, por otra parte, revela una personalidad rastreramente envidiosa amén de rencorosa. Tiene que ser alguien a quien le caes muy mal, quizá porque en alguna ocasión no hayas aplaudido su excelsa arquitectura como él está convencido de merecer; alguien que parece irritarse de que los demás hablen de arquitectura o de que se les considere “ilustrados”, mientras, probablemente, a él no le dan bola. En fin, el tipo caracterológico es de lo más elemental y lamentablemente abunda bastante.

    Lo que me resulta divertido, en cualquier caso, es que sus endebles conclusiones denigratorias hacia ti (que deberías retirarte, etc) las apoya en que hayas hablado de arquitectura “viejísima”, al describir tu experiencia vivencial reciente de un edificio que todavía no tiene veinte años. Menos mal que no ha debido leer el post sobre Borromini. Me maravilla que alguien tenga una mente tan absurda como para concluir que si uno habla de arquitectura contemporánea de casi 20 años está incapacitado para ser jurado de concursos y debería retirarse de la profesión. Y es que, como bien dices, poco se puede discutir cuando los argumentos del de enfrente son de tan miserable calidad intelectual. Pidiendo, como haces, argumentos sólidos a este tipo de gente me temo que pecas de ingenuo bienintencionado.

    Acabo para añadir que estoy de acuerdo, en términos generales, con que no vale la pena discutir con anónimos agresivos (yo diría, más bien, miserables y maleducados). Sin embargo, en este caso, me alegro que no hayas ejercido tu legítima prerrogativa de suprimir este comentario porque así, tanto éste como tu respuesta, dejan bien a las claras las distintas cataduras morales y humanas de ambos. Un abrazo.

  • Muchas gracias, Xavier.
    Como bien sabes, (ya que lo has experimentado en carne propia) cuando uno siente la necesidad de exponer sus ideas y pensamiento en este universo digital se somete al escrutinio general. Y ahí puedes encontrarte con situaciones como esta pero también mucha aportación enriquecedora.
    Es lo que tiene Internet. Espero que se vaya corrigiendo poco a poco y el anonimato tienda a desaparecer.

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