Desde esta perspectiva, el paisaje urbano englobaría la percepción de la artificialización completa de la geografía. A raíz de ello, las ciudades y, sobre todo, el espacio público son motivo de reflexión artística en consonancia con su repercusión para la vida en común. Un espacio o imaginario colectivo que envuelve ya a más de la mitad de la humanidad.
El paisaje natural incontaminado podría considerarse como aquel que fue valorado por los pintoresquistas anglosajones del siglo XVIII, a partir de Edmund Burke y su reflexión sobre lo sublime ligado a la naturaleza. Aquellos pioneros intentaron la reconstrucción del territorio para la creación de escenarios bucólicos soñados. Actualmente, el paisaje natural es una entelequia que obnubila a románticos empedernidos porque nuestro entorno planetario en su conjunto ha sido ampliamente tocado o modificado sutilmente a lo largo de la historia.
La reconfiguración del paisaje según los pintoresquistas. Humpfrey Repton
Como ejemplo, las grandes extensiones boscosas presentes en Japón son el resultado de una política de gestión forestal positiva promovida desde la época del Shogunato para recuperar un elemento esencial en la sostenibilidad de aquella sociedad medieval, la madera. En 1500, en los inicios de la era Tokugawa, existía una fuerte deforestación, la superficie arbolada había disminuido tan drásticamente que llevó a una fuerte crisis poblacional y de supervivencia de la propia sociedad feudal. Actualmente, y a pesar de la alta densidad poblacional, el país asiático cuenta con una superficie de bosques superior al 80% y que continúa incrementándose paulatinamente. Estos lugares nada tienen que ver con el paisaje natural entendido como espacio incontaminado que funciona exclusivamente de acuerdo a las leyes propias de la biología.
Desde la disciplina de la arquitectura y el urbanismo, algunos propugnan la necesidad de proyectar el paisaje en su concepción pastoral, al igual que se ha podido proyectar y transformar el espacio urbano, en una extensión maximalista de la idea de arquitectura como técnica para la corrección de los problemas ambientales de nuestro entorno cotidiano. Pero la arquitectura del paisaje no logra superar el carácter espectacular de la aproximación estética, algo que conviene al sistema económico imperante y que en definitiva va en contra de la sostenibilidad a largo plazo.
El problema de esta aproximación para la salvaguarda del territorio es que resulta inadecuada ante la constatación de la incapacidad de las herramientas proyectuales de la arquitectura para resolver los problemas ambientales de nuestro tiempo que tienen una raíz fuertemente económica. El diseño y reconstrucción del territorio para mejorar la calidad ambiental implica necesariamente la participación de una amplía variedad de técnicos y especialistas que aporten conocimiento desde muy diversas disciplinas y que tienen que ver con cuestiones técnicas y científicas que superan una visión meramente estética.
A lo largo de nuestra era, algunos personajes, ya históricos y próximos a la arquitectura, han dedicado ingentes esfuerzos para redefinir el paisaje antropizado para expresar el poder de sus clientes o a la búsqueda de una visión ideal del paraíso.
Hacia 1700, surge André Le Notre que representa un punto de inflexión de la relación de la humanidad con la naturaleza. Por primera vez en la historia se pretendió establecer definitivamente la autoridad de la especie humana en la transformación del territorio en una vasta escala. Primero en Vaux Le Viconte y luego en Versalles, Le Notre llevó a cabo el mayor ejemplo de diseño del paisaje en el devenir de la humanidad. La utilización formalizada de la vegetación se afronta allí en una escala territorial de tal manera que ya se puede considerar bajo control estético a todo el territorio que abarca la vista.
Versalles. Intrepid Luke, Flickr
Versalles todavía asombra por la capacidad intelectual para concebir la formalización de una idea empleando elementos naturales. Le Notre nunca vería su obra en todo su esplendor. Los trazos simétricos de la composición, la forma y los colores de la vegetación necesitarían varias decenas de años para alcanzar una madurez plena. Conseguir su propósito, reflejar el poder y la gloria del Rey Sol, el dominio de una sola persona sobre los hombres y las cosas, llevaría toda una generación.
Los pintoresquistas ingleses del siglo XVIII, hombres como Capability Brown o William Kent, fueron más allá e inventaron la disciplina de la arquitectura del paisaje como técnica para la remodelación de los cultivos y lo natural con el objetivo de su acomodación a una visión estética ideal. El bucolismo en el cual se apoya esta fruición del paisaje denota una percepción romántica del territorio independientemente de los aspectos culturales que están en la base de la forma concreta de cada lugar. Posteriormente, Humpfrey Repton acuñaría el concepto de arquitecto paisajista, demiurgo capaz de transformar el paisaje a su antojo.En tiempos más recientes, los americanos han extendido la idea del disfrute de los elementos paisajísticos como una parte sustancial de la monumentalización de la naturaleza y su recuperación para las ciudades. La fuerte impronta de Frederick Law Olmsted en la cultura americana, autor del Central Park neoyorquino, ha extendido su ascendiente más allá de sus fronteras a lo largo de todo el siglo XX. A Olmsted y su círculo de influencia, deben los americanos la declaración del primer parque nacional de la historia Yosemite, legislado como tal por el Congreso de los Estados Unidos a finales del siglo XIX.
Yosemite en invierno. Maomatt, Flickr
Habría que entender que en nuestros días el desarrollo metropolitano ha alcanzado una extensión francamente insostenible a largo plazo. Las grandes regiones urbanizadas que se han ido conformando a lo largo del planeta, las megalópolis teorizadas por J. Gottman en la década de los sesenta del siglo XX, dependen crecientemente de recursos exóticos situados en lugares cada vez más lejanos y, por tanto, de la disponibilidad ilimitada de medios de transporte rápidos y baratos.
El propio modelo territorial de la metrópoli contemporánea es una de las causas principales de la crisis ambiental generalizada, junto con la social y cultural que comporta su desarrollo hasta el infinito. La jerarquización y polarización implícita que conlleva la extensión de la urbanización produce fuertes desequilibrios a todas las escalas, congestión, una simplificación en las relaciones sociales y un empobrecimiento final en determinadas partes del sistema, tanto en su centro como en las periferias cada vez más alejadas. Las grandes regiones urbanas concentran la mayoría de los recursos planetarios llevando a cabo una progresiva acumulación de riqueza y capital a corto plazo pero que, en el tiempo largo de la historia, está generando una producción masiva de contaminación y degradación ambiental con la contrapartida de la desaparición no renovable de la mayoría de recursos básicos para la vida, agua, minerales, terreno fértil, biodiversidad, etc.
La reconsideración de la aproximación paisajística como una estrategia equivocada para la recuperación del patrimonio territorial debería permitir la superación de las ensoñaciones estéticas. En primer lugar se debe de rescatar a la agricultura como el elemento esencial para la extensión de la sostenibilidad a largo plazo de nuestras sociedades
La planificación de las intervenciones sobre el territorio requiere de una elaboración teórica sobre cuales son las iniciativas de base agrícola y forestal que deben de tenerse en cuenta para la reconstrucción del territorio y, en definitiva, del paisaje. La recualificación de los cultivos, la reestructuración del parcelario rural, la protección e incremento de la fertilidad del suelo, la salvaguarda de los sistemas hidrogeológicos, etc. son, entre otras muchas cuestiones, los temas que requieren de un pensamiento específico que conduzca a la definición de herramientas de proyectación territorial específicas así como la proposición de instrumentos normativos que posibiliten su regulación.
ero ello no puede producirse desde una concepción exclusivamente tecnológica. Sería preciso contener y contrarrestar los procesos de concentración y mundialización en curso. La batalla en el plano político conlleva lo que algunos autores, como el egipcio Samir Amin, definen como la progresiva desconexión del sistema económico mundial insostenible. Una concepción territorial diversa al crecimiento económico supondría la redefinición de las regiones urbanas como geografías puntuadas de pequeñas ciudades vueltas a relacionar con su territorio agrícola circundante e inmediato de una manera directa. El objetivo del decrecimiento es otra hipótesis a considerar seriamente aunque en este momento suene a descabellado.
La exigencia de una mayor eficacia cualitativa en las acciones colectivas enfocadas hacia la mejora de nuestro entorno, una mayor diversidad en el aprovechamiento del territorio que no suponga un despilfarro de los recursos existentes y el incremento de la complejidad en las relaciones entre los seres vivos deberían ser los objetivos principales que guíen las actividades espaciales de la humanidad.
A veces pienso que casi no nos merecemos estos artículos tan interesantes. ¡Gracias!
A partir de este texto, ramificándose por los enlaces, se puede reconstruir una historia del jardín, y mucho más.
Hola Fede,
la intención de mi comentario es hacerte conocer mi fin de carrera, que trata este tema del paisaje de una manera digamos “correctita” y tangente, pues no llega ser un conclusión del todo profunda, por lo menos en el análisis de lo propuesto y en la comprobación numérica -huella ecológica, rendimiento económico real etc.-. pero bueno todo esto lo puedes juzgar por ti mismo en este enlace:
http://hdl.handle.net/2099.1/4174