A LOS ESTUDIANTES DE ARQUITECTURA

 Brain and cognitive science complex. Massachussets Institute of Technology. Charles Correa
Comencé a ejercer la profesión de arquitecto hace ya más de tres décadas. Fue después de pasar varios años intentando aprender este oficio en una Escuela de Arquitectura española. En aquel entonces las responsabilidades profesionales asignadas a los arquitectos les permitían tener un conocimiento y control amplío, casi exhaustivo, de gran parte de las disciplinas que van asociadas a la construcción de espacios.
Hoy en día la situación ha cambiado mucho y han surgido especialidades por doquier que urgen su consideración en el proceso arquitectónico y con ello, el reparto de la responsabilidad por no decir, la exigencia de liquidar completamente la autoridad de los arquitectos en la organización, proyectación y ejecución de los edificios. Han emergido innumerables nuevos tipos profesionales que reclaman un papel en el proceso de la construcción: especialistas en gestión presupuestaria, en contratación de obras, técnicos expertos en sistemas constructivos determinados, diseñadores y calculistas de la viabilidad financiera y de la organización del mismo trabajo asociado, entendidos en el marketing de arquitectura, etc.
Por otro lado, ese universo alrededor de esta especialidad ha ido destilando durante el siglo XX, su propia mitología, casi una religión con sus profetas y santos, a la que muchos hemos dedicado nuestro tiempo para entender sus motivaciones y logros. Pero ya no podemos seguir creyendo en esa manera heroica de afrontar el hecho arquitectónico porque ha quedado completamente desfasada en el complejo mundo contemporáneo. Sus enseñanzas ya no son suficientes y aquellos que siguen propalándolas o imitándolas, reflejan únicamente su oportunismo al seguir intentando situarse en la estela de aquellas grandes figuras.
                                         
Gentes como Le Corbusier, Frank Lloyd Wright, Mies van der Rohe, Alvar Aalto, Louis Kahn, Buckminster Fuller, junto con toda esa pléyade de estrellas de la cultura de masas contemporánea que nos avasallan desde las revistas profesionales, los periódicos y las televisiones, ya no pueden ser los únicos referentes para una posible forma de ejercer la profesión. Sobre todo si tenemos en cuenta que sus aportaciones y enseñanzas no se aproximan a la realidad cotidiana de la inmensa mayoría de los arquitectos. Esos personajes prometéicos que imponen sus criterios por encima de cualquier otra consideración y que, supuestamente, están investidos de una autoridad casi demiúrgica ya no nos alumbran adecuadamente el camino que debemos transitar. Hoy en día sus planteamientos no nos sirven adecuadamente para afrontar los retos que nos depara este siglo que está naciendo.
Paulatinamente, el papel de los arquitectos ha ido constriñéndose a la definición de experiencias espaciales. Poco a poco (y con nuestra propia aceptación) la disciplina arquitectónica ha ido reduciéndose a la prefiguración geométrica y formal de esos nuevos espacios contemporáneos que se necesitan. Algunos han predicado la autonomía disciplinar entendiendo como tal a la renuncia al conocimiento constructivo y estructural; también a la ignorancia voluntaria sobre las necesidades funcionales y tecnológicas más complejas; y finalmente, el desprecio de las condiciones administrativas, contractuales y la economía de la ejecución material de las obras
Con esa aceptación resignada hemos ido reduciendo nuestro campo profesional a un trabajo meramente ilustrativo, una especie de constructores de imágenes para la venta publicitaria de productos inmobiliarios e, incluso, la consagración de nuevos iconos urbanos. Hace ya algún tiempo hablé sobre el futuro de la arquitectura como una especialidad del marketing y con el paso del tiempo, incluso esa perspectiva se reduce también paulatinamente como consecuencia de poderosos factores externos.

                               

Etimológicamente, la palabra arquitecto proviene del griego arki tekton, el obrero principal o primero, aquel que más sabe sobre la obra que se va a realizar y, por tanto, dirige la construcción. El propio término refleja el carácter profundo de esta antigua profesión, la necesidad de conocer extensamente la forma de construir, ese proceso tecnológico por el cual las formas imaginadas llegan a convertirse en realidad física. Es probablemente ahí en ese conocimiento múltiple que recorre la totalidad del hecho arquitectónico donde se encuentra nuestra máxima fortaleza frente a las visiones parciales de otros profesionales.
Podemos vislumbrar otro fenómeno que nos está afectando gravemente: El gran cambio que ha experimentado nuestra profesión en las últimas décadas tiene que ver con la aparición de múltiples Escuelas de Arquitectura en muchos lugares de nuestro país. En consecuencia, están saliendo varios miles de arquitectos cada año que están condenados a engrosar las listas del paro indefectiblemente. ¿Por qué? La respuesta simple es la que se refiere a la crisis general y la explosión de la burbuja inmobiliaria. Yo pienso que esas son razones coyunturales que no reflejan la hondura de nuestros problemas. La principal desventaja estriba en la falta de visión prospectiva de las propias instituciones académicas y sus dirigentes. Siguen masivamente formando a los arquitectos para satisfacer una demanda del mercado en la que existe ya una gran saturación de oferta, y como ya he señalado antes consiste en la generación de simples visualizaciones espaciales de edificios.
Por ese camino, las Escuelas de Arquitectura deberían cambiar su nombre ya que a lo que se dedican es al marketing del espacio y los profesionales que titulan son solamente unos delineantes algo más preparados. El manejo de programas 3D, renderizados, y aplicaciones de tratamiento de imágenes es un territorio profesional altamente saturado. La proliferación de programas de dibujo y representación ha obnubilado a los que se forman y a sus tutores, haciéndoles olvidar donde está la realidad productiva y la dirección de los procesos relacionados con la construcción y la economía del sector.
Deberíamos exigir que los centros de enseñanza cambien radicalmente, para que formen sobre lo que realmente se necesita y con ello no generar más ineficiencia. Recuperando en primer lugar las especialidades que son parte integral de nuestra profesión: constructivas, estructurales, de diseño y cálculo de instalaciones, presupuestarias, legales, etc. La certificación energética de la edificación y las estrategias para la rehabilitación y reforma de espacios existentes son nichos que están surgiendo y a los que no les prestamos la atención que merecen. Es precisa una perspectiva transversal que incorpore la actuación de muy diversos especialistas. Porque ahí es donde somos realmente buenos, tendemos a superar las visiones estrechas y somos muy capaces de coordinar la participación de agentes y disciplinas muy heterogéneas.

Pero es más, nos hace falta incorporar una visión integral del negocio inmobiliario; conocer y manejar intensamente el proceso la promoción de edificios y sus facetas empresariales. Hacen falta gestores arquitectónicos, una especialidad que algunos denominan Project management en su acepción anglosajona, una variante que tiene que ver con la economía de las obras, su programación temporal y la forma en como se concerta la intervención de los distintos especialistas que participan en su consecución.
El Project management arquitectónico es una alternativa muy potente para recuperar el liderazgo profesional y para ello hay que enseñar, de una manera extensiva y lo más completa posible, las componentes económicas y de gestión que implica la ejecución de las promociones urbanísticas y de edificios.
Actualmente, en el mundo de la arquitectura pocas personas dedican su tiempo a pensar como se organiza eficientemente la producción del propio proyecto y de la obra; escasos profesionales tratan de racionalizar los procesos y coordinar la intervención de los diversos especialistas que legalmente es necesario incorporar a la definición y ejecución de las obras. ¿Quién conoce realmente lo que significan técnicas como el diagrama de Gantt, el Project Evaluation and Review Technique (PERT) o la gestión del camino crítico? Por no saber no conocemos la Tasa IInterna de Rentabilidad (TIR) de nuestros trabajos. Evidentemente otros son los que se preocupan, aquellos que van adquiriendo la autoridad y el conocimiento que históricamente teníamos los arquitectos en estas cuestiones y, por el contrario, vamos perdiendo paulatinamente.
Entre los que se dedican a la arquitectura, aprender sobre estas cuestiones es un esfuerzo individual y voluntarioso, en el que se trata de acceder a las fuentes de conocimiento de una manera irregular y no estructurada. Desgraciadamente, durante años, se aprende con dificultad y con carencias notables sobre temas como la contabilidad y lo que significa, por ejemplo, un plan de viabilidad para la financiación a largo plazo de la inversión prevista en la obra. Por no señalar otras estrategias de gestión más densas y complejas.

También hay otras muchísimas oportunidades de negocio y actividad profesional que no se atienden adecuadamente en las Escuelas de Arquitectura. Por ejemplo, la que se refiere al asesoramiento urbanístico y la interacción con las administraciones públicas en materia de suelo. El urbanismo tal y como se concibe en los centros académicos convencionales ha quedado totalmente superado por la realidad. La enseñanza de esa especialidad debería transformarse radicalmente, incorporando la perspectiva legal y también el aprendizaje de los procesos administrativos asociados.
Sin embargo, otros también se están formando y adquiriendo mejores capacidades para atacar estas demandas. Es el caso de los abogados y geógrafos. Es el caso de una nueva apuesta que ya se ha concretado en las universidades canarias, como Geografía y Ordenación del Territorio y ha iniciado su andadura académica. Una disciplina que ha surgido en desarrollo del proceso de Bolonia, orientado a la unificación europea y la especialización de las enseñanzas universitarias. Su objetivo es la asunción de una campo novedoso que tiene que ver con la planificación espacial de amplío espectro y que, por ello, amenaza directamente a una de las competencias clásicas de los arquitectos en el estado español, el urbanismo.
El ingeniero de la construcción, es una nueva variante de la ingeniería que también trata de establecerse y que se supone una prolongación a la labor de los anteriores aparejadores y arquitectos técnicos. Una especialidad que pretende asumir el control completo en la ejecución de las obras. Sin embargo, los arquitectos españoles de acuerdo a nuestra formación tradicional ya somos de facto responsables de esta tarea a la que no debemos renunciar, porque así ha sido establecido legalmente. Las Escuelas de Arquitectura deberían incorporar esta denominación porque es algo que ya se enseña allí y es equivalente a lo que se hace en el entorno europeo.
Un proceso de cambio similar está ocurriendo también con el manejo de las redes telemáticas y sus mecanismos asociados. Sin que casi hayamos sido conscientes, Internet se ha constituido en un inmenso espacio para la formación de grupos de todo tipo. Colectivos muy centrados en cuestiones muy específicas que pueden organizarse con miembros situados en distintos lugares del planeta y pudiendo trabajar coordinadamente. Hoy en día, hacer un proyecto de arquitectura se puede gestionar en un lugar, elaborar en otro y realizar en un tercero con la mayor facilidad que nos ofrecen esos múltiples instrumentos. Por poner un ejemplo, he pensado sobre estas reflexiones durante algunas reuniones de trabajo para otras cuestiones, lo he escrito parcialmente en mi casa y en un hotel y finalmente, lo he colgado en la red mientras espero a un avión que me lleva de vuelta a casa. Los programas y herramientas informáticas requieren de un aprendizaje constante y un reciclaje permanente para no perder el tren del futuro. Aquel que tiene que ver con la aparición de novísimas posibilidades que todavía no vislumbramos cabalmente.
En fin, unas cuantas ideas que puedan servir para aportar algunos caminos factibles para la especialización y la concentración en las ventajas competitivas que como profesionales podemos vender y que las futuras generaciones deberían esforzarse en aprender.
Si queremos mantener aquella visión holística, el conocimiento horizontal de la relación entre todas las cuestiones que afectan a un edificio y su entorno material, e incluso incidir, de verdad y más allá, en la formalización de nuestras ciudades, tenemos que recuperar y mejorar las habilidades para coordinar y dirigir a un número muy amplío de expertos de las más variadas disciplinas.
Lo más importante es que entendamos que el acceso al trabajo es una cuestión de competencia y fiabilidad percibida por nuestros futuros clientes. Aquel que está mejor preparado para responder y asumir los nuevos retos que demanda la sociedad acabará adquiriendo el campo de trabajo.
Por eso, yo animo a los estudiantes de esta magnífica profesión a exigir a sus mentores que les enseñen lo que realmente se necesita y no aquello que se supone falsamente que constituye la esencia de la profesión. Ya lo decía el gran maestro de arquitectos catalanes, José Antonio Coderch, hace ya más de medio siglo “No son genios lo que necesitamos”.

1 comment to A LOS ESTUDIANTES DE ARQUITECTURA

  • Leyendo tu artículo me ha venido a la mente un libro de Edgar Morín titulado “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro”. El autor hace hincapié en la importancia de la educación para afrontar los nuevos retos de este mundo que se complejiza cada vez más y se transforma a golpe de un clic. Entre otras cosas, reflexiona sobre la necesidad de educar para gestionar la incertidumbre. También para traspasar las barreras entre disciplinas, al objeto de obtener una visión multidisciplinar que de respuesta a unos problemas que están interconectados.

    No solo el modo de enseñar arquitectura necesita un cambio. Yo diría que la propia educación en general debe someterse a una profunda modificación que de como resultado individuos más capaces en una sociedad que es cada vez más difícil de entender. Tarea ingente que solo puede surgir de un pacto de Estado entre aquellas autoridades que la regulan.

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