El otro día acudía a la presentación del trabajo que culmina la trayectoria académica de mi hija en la Escuela de Arquitectura de Las Palmas, en la vecina isla de Gran Canaria. En ese momento, me dí cuenta de que habían transcurrido ya cuatro décadas desde que también allí había empezado a estudiar esta disciplina que tanto me ha ocupado y preocupado.
<---De mis inicios universitarios en la arquitectura y el urbanismo les he hablado en otra ocasión, un momento clave de la vida en el que a muchos nos ha ocurrido peripecias parecidas. Un tiempo de actitudes impulsivas y poco racionales, pero también con la alegría y esperanzas de la juventud, junto con un despiste descomunal. Aquellas eran maneras que uno podía compartir con numerosos camaradas, en esos momentos de los comienzos de una actividad que luego con el tiempo llegaría a ser profesión. Algo de esto se ha contado en un libro titulado Escuela de Arquitectura de Las Palmas: 40 años, que me regalaron entonces, que abrí aquella misma tarde y no pude parar de leer hasta llegar a sus últimas páginas (Gracias, Chano por el obsequio). Para mi es un delicioso relicario porque refleja también buena parte de mi trayectoria y mis recuerdos. Un anecdotario posiblemente muy similar al de aquellos que han compartido conmigo geografía, tiempo e inquietudes. La historia no debería construirse solo con el relato de la acción de algunas figuras encumbradas, sino también con la descripción de las peripecias cotidianas de nuestros iguales y coetáneos, aquellos que nos acompañan en nuestro trayecto vital. Por eso la novela es una herramienta fundamental para conocer los lugares y las personas realmente. El libro ETSALP, 40 años es una magnífica recopilación de relatos e imágenes que identifican al grupo humano en el cual me considero encuadrado, el de los arquitectos canarios. A lo largo de 40 textos se expresan los avatares y recuerdos de muchos de nosotros y, en consecuencia, constituye una pieza fundamental para una posible historia colectiva sobre la arquitectura desarrollada en Canarias durante las últimas décadas. Todo ello, a través de un elemento básico, la Escuela de Arquitectura con la que nos hemos relacionado indefectiblemente y que nos ha ofrecido cohesión y pensamiento a lo largo de todo este tiempo.
Sede del Centro Atlántico de Arte Moderno en el barrio de Vegueta, antigua sede de la Escuela de Arquitectura de Las Palmas. Imagen: Wikipedia
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Yo viví como estudiante los años iniciales de ese espacio para la enseñanza. Una experiencia que tuve desde la perspectiva de los que recibimos el esfuerzo académico desarrollado por los que nos precedieron y que también debieron aprender con nosotros en que consistía eso que había que enseñar. Ha sido muy interesante percibir la visión de aquellos que tuvieron la responsabilidad de sacar adelante un nuevo centro académico que es lo que han contado a corazón abierto algunos de nuestros profesores de la primera hora como Julio Melián, Domingo Ángulo, Félix Juan Bordes, Eduardo Cáceres, Agustín Juárez, etc. Vaya por delante mi más sincero agradecimiento a su generoso esfuerzo de siempre.
Este centro universitario estuvo localizado en sus comienzos en el centro de la ciudad de Las Palmas, en la calle de Tomás Morales junto a la plaza del Obelisco. Su primer asentamiento allá por 1970 fue un edificio docente compartido con los Ingenieros Industriales y Técnicos, que contaba con inapropiados recursos de espacio. Yo pasé allí un par de años intensos entre clases y aventuras urbanas, en lo que casi fue una prolongación del bachillerato. Viendo las fotos de entonces no deja uno de experimentar una cierta nostalgia por un tiempo pasado con un estilo muy diferente al actual. A mi hija le resulta sorprendente ver esas imágenes de entonces y preguntar el porque de las largas melenas y barbas de casi todos los que aparecemos allí. No sabría explicar las razones de la coincidencia en la estética. Es posible quizás una voluntad para escenificar un deseo de cambio radical en un tiempo oscuro y de silencios obligados como el de los años 70 en la España de Franco.
Algo mejor fue la cosa estudiantil cuando nos trasladamos a una casona señorial del barrio de Vegueta, ya en el segundo curso de carrera. Allí empezamos a percibir cual era la razón de ser de la disciplina, rodeados por la añoranza de un pasado de grandeza arquitectónica y urbana. Un año de enseñanzas y discusiones cercanas con nuestros profesores de entonces, en un lugar extraordinario que fue una pena que tuviéramos que abandonar.
Lo que más me ha interesado de esta publicación se condensa en aquellos relatos con los que algunos compañeros de entonces y ahora se han atrevido a narrar sus sentimientos más intensos, aquellos que nos llegan a través de las nieblas de la memoria compartida.
La narración sobre unos hechos y personajes recurrentes que nos sirvieron como modelo y de los cuales aprendimos. La rememoración de instantes que representan la condensación del esfuerzo por saber y conocer, como aquel viaje mítico de los primeros alumnos, allá por 1970 a Nueva York, Boston y Washington, casi una epopeya digna de los argonautas; las huelgas realizadas en aquella década pasada, al socaire de la lucha final contra la dictadura del General Franco y con el objetivo profundo de lograr una mínima calidad de la enseñanza; la dignificación y respeto por el esfuerzo académico de unos esforzados profesores casi amateurs frente a la imposición de la nomenclatura central del Ministerio de Educación; etc., etc.
De entre todos lo acopiado en este libro torrencial de vivencias y crónicas personales me ha tocado especialmente la primera parte del texto de Flora Pescador sobre sus recuerdos de los años pasados en Tamaraceite y titulado El árbol torcido. Leyéndolo inmediatamente me han venido a la memoria similares evocaciones a las que ella expresa. Algunos pasamos allí un tiempo compartiendo rituales de acceso a una Escuela de Arquitectura que tuvo que residir durante largos años en aquel modesto Instituto de Bachillerato del extrarradio de la ciudad de Las Palmas. Recuerdo vividamente el trayecto cotidiano en autobús desde el casco urbano. La guagua de la empresa Utinsa, subiendo renqueante la cuesta del castillo de Mata, recogiendo parroquianos al amanecer en dirección a Arucas. Atravesábamos esos barrios densos de la primera periferia de la ciudad y la visión escorzada del cementerio de San Lázaro nos indicaba la proximidad de nuestro destino.
Interpretación del árbol torcido de Tamaraceite. Dibujo de Ángel Casas
Otro texto emocionante es el que ha escrito Francisca Martel en el que acopia algunos recuerdos personales de todos los años pasados en las tareas administrativas de la Escuela. Es muy bonita la anécdota que refiere, relativa al momento de las exposiciones del proyecto de fin de carrera en las que el personal de la Secretaría del centro salía a aplaudir y felicitar a los que aprobaban y a sentir en silencio acompañando el sufrimiento de los que suspendían. Habría que homenajearles junto a gentes como Gabriel Quintana, alguien que recuerda a casi todos los que pasamos por allí a fuerza de vernos entrar y salir desde su atalaya en la portería del centro.
Gabriel Quintana y Francisca Martel. Dos personajes importantes para la historia de la Escuela de Arquitectura de Las Palmas
Precioso y nostálgico comentario Federico. A mí sin embargo el libro me interesó muy poco. Creo que quizás estuve en otra Escuela, porque en general (con honrosas excepciones) lo que se cuenta no fue lo que viví…
Esto me ha alegrado, porque por fin me he sentido expulsado de un tiempo que no fue tan bueno como éste y que es mejor olvidar.
Por fin he abandonado, en todos los sentidos, aquel horroroso erial de Tamaraceite, aquel edificio gris en el que aprendí tan poco.
Felicidades otra vez por tu comentario.
Felicidades Federico por tu interesante -y emocionado- comentario.
Juan Ramírez Guedes
Lo dicho en otro lugar: mis felicidades a la recién licenciada. Y un abrazo para el padre, A.
Gracias por los comentarios a todos.
En cuanto a Jorge, creo que la que describo no es la Escuela que viviste porque eres bastante más joven que yo.
Sin embargo, lamento que no te sientas concernido por el tiempo pasado allí. Para mí, fue una etapa de aprendizaje en todos los sentidos y algo que he recordado y recordaré con mucho cariño toda la vida.
Me alegro por ti, Federico.
Hay qente que es capaz de edulcorar el pasadoo de forma admirable, incluso lo hacen con el Servicio Militar.
El problema es cuando se convierte sólo en nostalgia, prefiriendo aquel tiempo mítico y falso al duro presente.
Mi enhorabuena por lo de tu hija.
Seguramente estarías muy orgulloso, feliz y hasta algo nerviosillo?
Un abrazo
Pues, es curioso, Virgi.
Lo que realmente sentí es que era un asunto bastante divertido. Asistir a una especie de representación teatral.
Con todos aquellos alumnos pasándolas canutas ante una cuestión bastante sencilla, si se tiene en cuenta lo que luego les espera de verdad en la vida.
Y con los miembros del tribunal -a los que practicamente conocía a todos- largando un discurso grandilocuente en consonancia con la ocasión.
Gracias Federico! le acabo de poner cara a la señora que me manda emails prácticamente todas las semanas de parte de la dirección de la escuela. FRANCISCA MARTEL
jajajaja
Un saludo…… Elpideo….