Recientemente he tenido oportunidad de presentar el libro del profesor Joaquín Casariego titulado “El proyecto Aaiún. La estructura del espacio urbano en la colonización española del Sahara”. Es un trabajo minucioso y pertinente en un momento en que la sociedad y la economía del archipiélago canario está en un proceso de reorientación hacia el espacio vecino, la costa occidental africana. Una circunstancia que recupera un interés, que ha sido intermitente a lo largo de la historia de estas islas y que establece una nueva perspectiva sobre ese espacio geográfico esencial para entender el papel de los canarios en el mundo.
Estas son las reflexiones que me ha suscitado “El proyecto Aaiún”, ese libro del que es autor Casariego, que me sirvieron para presentarlo:
La hondonada inundable de Seguia el Hamra donde se enclava la ciudad de El Aaiún.
Hoy en día, hay un intenso debate en el mundo occidental de la investigación sobre la política exterior y las relaciones internacionales. Se trata de un esfuerzo por entender la geopolítica del planeta como un tablero de juego finito y cerrado en el que se dilucida el futuro de la humanidad. Una reflexión que oscila entre los planteamiento de los calificados como realistas y que se enfrenta a las posiciones de los llamados idealistas. Los primeros proclaman la influencia decisiva de la geografía en el devenir histórico de los pueblos y naciones, mientras que los segundos creen que el progreso de las instituciones colectivas es lo que es fundamental en el desarrollo y engrandecimiento de los grupos humanos.
La postura de los realistas ha estado divulgada en fechas recientes por el sociólogo americano Jared Diamond, cuyos libros sobre la historia de las civilizaciones Armas, gérmenes y Acero de 1997 y Colapso de 2005 han interpretado el devenir humano con numerosos ejemplos relacionados con la manera en que el entorno influye en el progreso; en ellos explica la forma en que los condicionantes geográficos han determinado el éxito y el fracaso de unos pueblos concretos frente a otros. Por el contrario, otro libro más reciente titulado Porque fracasan los países, del economista Daron Acemoglu y del politólogo James Robinson de la Universidad de Harvard, explica paradojas geográficas desde el análisis sobre la calidad de las instituciones colectivas. Como ocurre en el caso de la isla caribeña de La Española, en la que estados como Santo Domingo y Haití -separados por un simple trazo irregular- tienen desarrollos humanos radicalmente diferentes.
Probablemente, la interpretación de estos fenómenos está en la interacción de ambos condicionantes. Ya Herodoto en su Historia, escrita en el siglo V antes de Cristo, nos advertía que el avance de la humanidad se sustenta en el equilibrio perfecto entre la geografía y las decisiones de los hombres. Y nos decía también que cuanto más habilidad política poseen los lideres para comprender lo que ocurre ahí fuera ,menos probabilidades habrá de que cometan errores de graves consecuencias para las agrupaciones humanas que dirigen y orientan hacia el futuro.
Canarias vive actualmente sumida en una etapa de grave crisis social, en la que los liderazgos existentes no están a la altura de los acontecimientos. La última etapa de entusiasmos colectivos la viviríamos ya hace más de una década con la extensión de la visión de Adán Martin, un político que, a los habitantes de este archipiélago, nos señaló la necesidad imperiosa de proyectarnos radicalmente hacia el exterior. Siempre ponía el ejemplo de la isla de Singapur en el remoto estrecho de Malaca como un referente sobre la tarea a desarrollar, relacionada con la interacción con el entorno cercano y lejano.
Y en ese vasto exterior, destaca el hinterland próximo del que desconocemos mayoritariamente casi todo. Los canarios hemos vivido durante los últimos siglos radicalmente de espaldas al África próxima. Una tierra yerma, cuyo desierto del Sahara nos imponía una frontera infranqueable. Sin embargo, por el contrario, hoy esa franja de terreno que se extiende al sur de la ciudad de Agadir debemos verla como una geografía de oportunidad los que habitamos este archipiélago. La tarea del presente para los canarios es conocer cuáles son sus condiciones materiales, culturales y sociales para poder aprovechar sus potencialidades interactuando en un esfuerzo de cooperación con aquellos que ya habitan ese lugar.
La costa occidental africana frente a Canarias. Situación de los enclaves de colonización española
Y también lo que corresponde hacer es conocer los rasgos que han ido escribiéndose a lo largo de la historia sobre ese inmenso territorio que es la costa occidental africana. Y es ahí donde estriba el interés de este libro que nos presenta el esfuerzo colonizador español, desde tan atrás como el siglo XV y, especialmente desde finales del siglo XIX hasta 1975. Un momento en que el estado español y, sobre todo, su ejército realiza una retirada en unas condiciones francamente cuestionables.
Esa ha sido una aventura esencial para la historia de Canarias que comenzó con los escarceos de la primera colonización y la instauración de algunos pequeños enclaves militares como Santa Cruz de Mar Pequeña por Diego de Herrera en el siglo XV. Y, el interés recuperado en la colonización de las inmensas áreas vacantes del Sahara a partir del Tratado de paz de 1860 y la instauración del Protectorado de Marruecos en 1912, a partir del cual los españoles han ejercido también su influencia en el extremo norte de esa franja situada entre el Atlas, el océano Atlántico y el mar Mediterráneo.
Allí, cuenta Casariego, las estrategias de convivencia entre las formas tradicionales de las culturas beduinas y el sultanato fueron incorporadas a una forma de producción de ciudad más relacionadas con las experiencias urbanísticas más avanzadas del momento. La huella española dejada en la costa africana del Noroeste es todavía palpable en ciudades marroquíes como Tetúan, Larache, Alhucemas y Alcazarquivir, a las que se incorporaron desarrollos urbanizadores más propios de las urbes europeas, en convivencia con las medinas y fortalezas medievales de carácter islámico. Algo que también es reconocible en las mismas fechas, en el esfuerzo francés por mejorar las condiciones de vida en el área bajo su dominio. Como por ejemplo, en el desarrollo urbano de ciudades como Casablanca, Marrakech y Fez.
El autor destaca, al igual que ocurrió con el Protectorado Francés, el importantísimo papel del estamento militar en este proceso de integración cultural de las formas locales con las experiencias europeas del momento. Conceptos como la ciudad jardín inglesa -propugnada por Ebenezer Howard- o los trazados radiales aplicados a la capital francesa son reconocibles en las estrategias de urbanización y ampliación de las ciudades, realizadas tanto por Francia como por los españoles. Son teorías urbanísticas en curso de consolidación, aquellas de las Garden Cities inglesas y las propuestas hausmanianas para Paris, que son trasladados acríticamente a la definición y construcción de la ciudad colonial norteafricana que se añade a los asentamientos tradicionales de carácter islámico.
En la ocupación española de esa inmensa franja de costa -que va desde Tiznit al sur de Agadir hasta Nouadhibou en Mauritania- tiene un papel fundamental la realización de factorías de intercambio comercial en determinados puntos geográficos prominentes de la costa, como Cabo Juby en la que se localizaría la llamada Villa Bens -y que hoy conocemos como Tarfaya- frente a la isla de Fuerteventura, Cabo Bojador al sur de lo que luego sería El Aaiún en Seguia el Hamra; Villa Cisneros en el llamado Río de Oro (o Dunford Point para los ingleses) o Dakhla; también Angra de Cintra o puerto Badía y más al sur, Cabo Blanco y La Güera.
Vista aérea del centro de Villa Cisneros, hoy Dahkla. Hacia 1970
La factoría es un artilugio de colonización muy eficaz, esencialmente comercial, cuyos antecedentes son explicados con cierto detalle en el libro por el profesor Casariego. Frente a los elementos militares de ocupación de las costas, como los castillos y torres, la factoría pretende establecer una cabeza de puente entre los arriesgados exploradores que se aventuran a asentarse en remotos lugares ofreciendo un intercambio de productos con los habitantes nativos. Era una forma de subsistencia para aquellos que se arriesgaban en el pasado encaminándose hacia territorios desconocidos y que facilita un primer crecimiento emprendedor. Se trata de organizar una relación cooperativa beneficiosa para ambas partes. Así las factorías constituyen una forma de fundación de enclaves habitados que tiene numerosos antecedentes históricos, como los producidos por la Liga Hanseática en el norte de Europa, las compañías comerciales holandeses e inglesas, o las constituidas por los aventureros portugueses en el sureste asiático. Un modelo de control territorial y de establecimiento de semillas urbanísticas que todavía no han sido estudiado adecuadamente y en la profundidad que merece.
En el espacio de la costa occidental africana, al igual que harían otros comerciantes británicos y franceses, los españoles hacen varias incursiones con desigual fortuna que se concretan con someras implantaciones a modo de factorías fortificadas en Tarfaya-Villa Bens, Dakhla-Villa Cisneros y la Güera. Estas avanzadas se realizan a partir de 1860, con algunos desencuentros y también con éxitos a partir de la firma de diversos tratados con las tribus locales. En todo ello tienen un papel esencial los ingenieros militares españoles que cuentan con la experiencia histórica y los instrumentos técnicos y de proyecto para construir y diseñar asentamientos de una cierta escala.
Hospital Provincial del Aaiún. Diego Méndez, arquitecto. 1957
Más allá de esas intentonas previas de colonización, una experiencia urbanizadora más seria de los militares exploradores españoles, apoyados por el gobierno nacional, es la que se produce en la región de Ifni. Es un momento en el que se proyecta y ejecuta un acuartelamiento de ocupación en aquel Sidi. Años después ya en pleno franquismo, en 1943, el arquitecto Antonio Cardona diseñaría una expansión urbanística de ese núcleo primitivo que es el que hoy en día da soporte al núcleo urbano que hoy alberga a más de veinte mil habitantes: Actualmente, es la capital de la provincia del territorio marroquí reconocido internacionalmente y situado más al sur.
En ese proceso tendrían desde finales del siglo XIX, un papel destacado esforzados militares que recorrerían ese inmenso territorio vacante entonces buscando los enclaves más propicios para una ocupación progresiva, primero de la costa y luego hacia el interior del desierto. Son nombres que hoy no nos suenan pero que conviene recordar, como Capaz y el capitán Galo Bullón que establece Sidi Ifni en 1934 o Antonio de Oro, nombrado por el gobierno republicano Inspector de los Territorios de la Costa Africana y que explora toda la región del Seguia el Hamra en esos años.
Pero la experiencia más apasionante y evocadora para Joaquín Casariego -que vivió allí- es la que se refiere a la fundación del poblado del Aaiún a mediados del siglo XX. Un pequeño asentamiento entonces, que debe su nombre a un oasis preexistente allí y donde se concentran manantiales naturales. La llegada de los españoles produjo una transformación radical de ese enclave situado en el interior del espacio árido e inundable de Seguia el Hamra. Allí se aplican algunos criterios urbanísticos y formales incorporados también a las experiencias determinadas por el Instituto Nacional de Colonización en el conjunto del estado español tras la Guerra Civil. Bajo un trazado definido por una somera retícula y una avenida principal, se construye un espacio urbano que se caracteriza por residencias y edificios públicos adjetivados siempre con cúpulas a modo de cubiertas que rememoran una sabor local idealizado. Son unas estructuras teñidas por el
blanco de la cal que recubre todos los edificios y que le confieren un sabor y un carácter muy peculiar a ese espacio fundacional.
Plano de la ciudad del Aaiún en 1975
Hoy Laayoune, como es conocida en su acepción francesa por los marroquíes, se ha convertido en una ciudad de cierto relieve que representa la capital del Sahara Occidental y que cuenta con más de 180.000 habitantes. Es un dato que convendría tener en cuenta.
Algo de esas maneras permanece en cierto sentido en la construcción y ampliación del Puerto del Rosario, capital de Fuerteventura. Una isla que recuerda mucho al espacio desértico del Sahara. Es perceptible en la forma de sus espacios más antiguos y en las construcciones blanquecinas que integran sus edificios residenciales más antiguos, las instituciones representativas y también en aquellas de encuentro colectivo.
Hoy, tras el proceso inconcluso de descolonización y reocupación de todos esos territorios por Marruecos, las ciudades que se fundaron allí permanecen ocultas tras la gran injusticia que es el destierro forzado de una gran parte de sus habitantes que malvive en campamentos situados en el desierto de un país vecino. Concluida la traumática retirada del estado español de la administración de esos territorios colonizados en 1975, en Canarias hemos experimentado una suerte de transitoria amnesia. En cierta manera inconsciente, hemos querido olvidar a esas ciudades y enclaves que fueron pequeñas urbes y forman parte los recuerdos de algunos de nuestros padres y de nosotros mismos.
Es el momento de volver a tomar consciencia sobre ello, volver a preocuparnos sobre sus anhelos. Y tratar de lograr una mejor convivencia entre todos.
Más información:
La fundación de la ciudad de los manantiales. Blog Haz lo que debas. 01/11/2008
Imágenes de las ciudades coloniales españolas en África Occidental. La mili en el Sahara