Ciudad en el mar. Thomas Bayrle, 1977
A propósito de un texto de Massimo Cacciari
En nuestro mundo contemporáneo ¿Vivimos todavía en ciudades? ¿Podemos llamar metrópolis a esos lugares en los que discurre nuestra vida?
A contestar a estas preguntas, ha intentado responder el filósofo y político italiano Massimo Cacciari, a través del conjunto de textos profundamente reflexivos que se han recogido La cittá y que fueran publicados en 2004.
Walhalla de Regensburg. Leo von Klenze, 1842
En él, el autor hace un recorrido personal desde el entendimiento conceptual de que no existe una noción única que permita explicar la organización de la existencia en común de la humanidad, sino que habría que distinguir las diferentes formas de esos espacios próximos en los que es posible compartir una relación cooperativa. Cacciari se dedica a hacer un recorrido explicativo a través de las distintas ideas que han conformado el espacio urbano desde las antiguas agrupaciones edificadas y aquellas otras que definieron la antigüedad grecolatina, hasta el territorio postmetropolitano en el que habitamos en nuestros días. Ese transcurso temporal le servirá para introducir los distintos conceptos que han ido pautando los procesos de urbanización, relacionados con la cultura contemporánea hegemónica de raíz europea.
Su discurso comienza explicando la distinción entre la polis griega y la civitas romana. Una contraposición que nos ha acompañado a lo largo del transcurso histórico de la civilización occidental. Para Cacciari, la polis es aquel lugar donde una gente determinada, específica por sus tradiciones, por sus costumbres, tiene su sede. La polis griega viene representada por el conjunto de las ciudades y comunidades existentes en la Grecia clásica, cuyas instituciones remiten a una idea anterior a la ciudadanía, en la que las personas se unen orgánicamente en torno a una pertenencia geográfica y su máxima institución política es la asamblea, el escenario de las decisiones colectivas. Mientras que la civitas se produce cuando diversas personas se someten a las mismas leyes, independientemente de su procedencia y determinación étnica o religiosa. Como contrapunto a esta distinción, resulta curioso que Cacciari recuerde al pensador moderno Giabattista Vico, que en sus obras señaló la coincidencia etimológica entre polis y polemos (guerra), de lo que deduciría que esa tendencia a la separación en entidades independientes, tan afecta a los nacionalismos también, lleva implícito el conflicto.
Por el contrario, es -para él- en la civitas romana donde surge verdaderamente el concepto de la ciudad occidental. Para los romanos, se concibe como el espacio en el que el título de ciudadano otorga plenamente todos los derechos a aquel que acepta someterse a unas leyes comunes y se propone obedecer ese régimen. La ciudad romana será entonces la urbs, como Roma en el centro del imperio, ese lugar en el que se encuentran las principales instituciones políticas comunes. En la ciudad romana surge por ello, la polarización que confluye en un centro principal y se jerarquizan las relaciones entre los ciudadanos. Y con ella, la integración paulatina del orbe en una unidad superior. Esta es una idea que nos persigue hasta nuestros días, ya que no otra cosa pudiera parecer la globalización.
Alegoría del buen gobierno. Fresco en la sala della Pace del Palazzo Pubblico de Siena. Ambroggio Lorenzetti, 1339
En continuidad histórica, los entornos urbanos medievales se polarizarían alrededor del castillo y la iglesia, los dos edificios simbólicos representativos de los poderes presentes en aquellas sociedades. Sin embargo, el advenimiento de la ciudad moderna transformaría esa relación añadiendo otros lugares clave que se relacionan con la producción y el intercambio. Todo en las urbes burguesas acabaría articulándose de una manera paulatina en torno al mercado, simbolizado en la plaza central y, posteriormente, en los espacios de la industria. En su cénit, la ciudad moderna finalizaría considerándose como una máquina en la que son posibles nuestros negocios con la máxima eficacia y a lo que se subordinaría cualquier otra consideración. Manchester ejemplifica la culminación de este proceso transformador de lo urbano en el que las fábricas constituirían los centros en torno a los que se agruparía la residencia y las otras funciones e instituciones heredadas desde el pasado remoto.
En el siglo XIX, surge según Cacciari otro concepto esencial, la metrópoli. Una evolución que igualmente ha sido posible porque las ciudades europeas han partido siempre de esa idea de civitas romana, articulada en torno a la ley. La metrópolis europea hace más evidente la movilidad como atributo fundamental en las relaciones humanas. Un deseo conceptual que ya estaba también, aunque de una manera embrionaria, en las formas de organización romanas que habría que considerar realmente como civitas mobilis augescens. Es decir, todo se mueve hacia el centro y al mismo tiempo se expande, una condición que ha acompañado a la civilización y el urbanismo a lo largo de la historia. Y aquí surge una contradicción que persigue a las agrupaciones humanas desde siempre: mientras unos exigen que la ciudad sea un lugar donde se reduzca a la mínima expresión toda forma de obstáculo al movimiento y al intercambio de negocio, al mismo tiempo otros claman de una manera contradictoria porque sea principalmente un espacio común de comunicación fecundo para el desarrollo de las relaciones culturales y, especialmente, simbólicas y políticas.
Im Grosstadt. Kostas Maros
En la etapa contemporánea, la metrópolis derivaría hacia la idea de la gran ciudad (grosstadt) entendida como ocupación expansiva de los lugares que componen la geografía natural; y donde acabará disolviéndose la forma urbana tradicional. Mientras la metrópolis conserva los límites y el carácter compacto, el espacio urbano contemporáneo ha abandonado definitivamente la polarización centrífuga para adoptar un carácter homogéneo en el que cualquier lugar puede devenir en centro coyunturalmente.
Por ello, finalmente, nos encontraríamos en el espacio postmetropolitano, esos lugares extensos, sobre los que ha teorizado gente como Edward Soja, que presenta su hipótesis en relación a Los Ángeles. En la etapa contemporánea, la ciudad habría desaparecido como tal para sustituirse por un espacio indefinido, homogéneo e indiferente respecto a los lugares concretos. Una geografía de la oportunidad en la que es imposible un concepto unitario y un proyecto integrado. En el transcurso de los milenios -y desde Catal Huyuk- habríamos arribado finalmente a una geografía de la indefinición, compuesta de innumerables piezas territoriales y macladas de una manera aleatoria. Ahí aparecerían los llamados no-lugares a los que señala Marc Augé, esos recintos donde predomina el anonimato, la transitoriedad y la desmaterialización total de las relaciones humanas.
En la postmetropolis de Soja ya no es posible una acción unitaria y un comando político común. Allí, la acción y el interés de innumerables agentes sociales, económicos, etc. configuran un espacio caótico y aleatorio en el que la forma se desmaterializa y muta azarosa y constantemente sometida a las energías y fuerzas dispersas de los actores presentes. Tal y como la describe Cacciari, la situación actual postmetropolitana tiende a la conformación de vastísimas áreas arquitectónicamente indeferenciadas rebosantes de funciones de representación, financieras y directivas con apilamientos alrededor de áreas periféricas residenciales “guetizadas” unas respecto de las otras, zonas comerciales de masas, “restos” de producción manufacturera. El conjunto conectado por “acontecimientos” ocasionales, es independiente de toda lógica urbanística y administrativa.
Yamaguchi. Thomas Bayrle, 1981
La conclusión evidente de estas ideas es que desde hace ya mucho tiempo no vivimos realmente en ciudades sino en el territorio, considerado como una geografía extensa de la indiferenciación y de la transición hacia una desmaterialización completa de las relaciones humanas que migran hacia lugares no relacionados con lo físico y tangible. Un territorio sobre el que pueden surgir lugares siempre y cuando se constituyan en nodos hacia esa transmigración universal, espacios de contacto en los que los cuerpos, transformados en soportes para el nomadeo, y las formas físicas tienden hacia lo inmaterial representado por las redes digitales. Como dice Cacciari, el territorio postmetropolitano parece exigir nuestra metamorfosis en almas puras, o en pura dinamis.
Finalmente, el autor llega a la conclusión de la inminente y definitiva desmaterialización del espacio físico y geométrico. Como ya ha señalado el urbanista estadounidense William Mitchell en su obra City of bits: Vivimos ya en el antiespacio, todos nuestros asentamientos se mueven en el ciberespacio; debemos imaginar nuestras casas como sensores. Una visión del mundo contrapuesta al anhelo de la recuperación del espacio público tangible y físico que algunos consideran ya conservador y reaccionario. El espacio parece que se ha convertido en un obstáculo para esa migración hacia la nada.
El nómada contemporáneo, en curso hacia su propia inmaterialidad, transporta consigo las alfombras que definen sus lugares vitales transitorios. De una manera inminente, parece que están a punto de cumplirse algunas profecías vaticinadas por la ciencia ficción.
City of bits. Identificación de los visitantes y residentes en la ciudad de Barcelona
Y aquí surge la desazón de la arquitectura y el urbanismo contemporáneo en la que la primera no puede concebirse como la creación de espacios que tienden a la materialidad sino como escenarios destinados a la eliminación de las formas y su sustitución por la incorporeidad; y el segundo, ha constatado la imposibilidad del proyecto y gobierno unitario del espacio. Por ello, es inverosímil que el desarrollo y transformación del territorio sea programable, lo que constituye el drama contemporáneo de los profesionales ligados al manejo del espacio. Asistimos, finalmente, al anhelo de la desterritorizalición radical y a la futura generación del antiespacio. Sin embargo, como señala Cacciari, ¡el espacio se venga de este deseo de ubicuidad! Lo que sucede porque la exigencia de fuertes presencias significativas y simbólicas en el territorio postmetropolitano constituye un indicador de una necesidad psicológica insuperable que, sin embargo, se da de bofetadas con la de la ubicuidad.
Contradictoriamente, seguimos necesitando espacios y lugares simbólicos en ese territorio que tiende a la desmaterialización. Por ello, toda la teoría urbanística debe renovarse y adaptarse a los cambios producidos bajo la amenaza de su propia banalización y futilidad última. Ya no puede existir la especialización tal y como la concebían los modernos. Los edificios deben ser versátiles y poder adaptarse con agilidad. Por ello, la plurifuncionalidad es inherente al espacio contemporáneo y la asignación de usos unívocos es un error radical de la teoría urbanística heredada. Frente a ello, habría que recuperar el ejemplo del monasterio, aquellas estructuras que eran capaces de albergar lugares para actividades muy diversas, atención a los enfermos, albergue a los viajeros, conservación y difusión del saber, etc.
La reflexión de Cacciari acaba con una referencia a la tradición gnóstica, transmutada en esa religiosidad cristiana que ha acompañado a la cultura occidental desde hace más de 2000 años. Señala que la visión gnóstica está intrínseca e indisociablemente unida a la ideología dominante del proyecto científico contemporáneo, aquel que busca la desmaterialización de los cuerpos, su transformación en almas puras que habitan en las redes digitales. El desarraigo final de toda condición terrenal en nuestras relaciones humanas.
Como señala finalmente con gran intuición: Nuestra ciudadanía, nuestra politeia, está en los cielos.
Fecerico: ¡qué artículo más bello! Pero no sabría decirte si estoy de acuerdo con las ideas de Cacciari. Sobre todo con aquellas que se refieren a la ciudad contemporánea y “lo postmetropolitano”. Sabes que llevo un tiempo investigando sobre la distribución azarosa de la urbanización sobre el territorio. Es para mí un tema recurrente desde que en los años 70 empecé a trabajar con los entropía y fractales. Y te habrás preguntado porque no termino de terminar. Bueno, la razón es sencilla: sigo sin poder probar que esto es así. Es decir, aunque lo aparenta, la organización de la urbanización sobre el territorio no es azarosa. O por lo menos yo no consigo demostrarlo. Cuando parece que detecto estructuras de azar siempre terminan pulverizadas por entropías más bajas. Es decir, increíblemente, debajo de la aparente confusión hay patrones. Patrones cada vez más complejos y difíciles de encontrar, pero patrones. Ya no estoy tan seguro de que la aparente confusión no sea más que ceguera analítica que trata de utilizar (para poder entender los fenómenos) las mismas variables de siempre cuando es evidente que han aparecido otras nuevas. Cuando seamos capaces de verlas estaremos en condiciones de tomar, otra vez, el control de la organización de nuestros territorios. Mientras, nos toca esperar. Parece que es tiempo de crisis en todo. Un abrazo.
Estimado Pepe:
Gracias por tu comentario.
Es muy curioso que estos mecanismos que son los blogs e Internet nos permita mantener un intercambio de pareceres abierto en la distancia y accesible para todo el mundo. Y así podemos establecer diálogos más fecundos a aquellos que tenemos afinidades intelectuales parecidas.
Una de las cosas que valoro más hoy en día es la transparencia y el acceso universal a la información que proporcionan las redes y lo digital. Algo que, me temo, está siendo un momento fugaz, ya que a medida que transcurre el tiempo va cerrándose paulatinamente. Desgraciadamente, la economía manda en nuestro mundo contemporáneo.
Si te fijas, yo solo soy un lector y trato de entender lo que me cuentan otros y como buen alumno resumirlo para que se puedan difundir las ideas que me inspiran de una manera más eficaz. Es algo que me critica siempre mi hijo, que dice que debería aportar también mis ideas.
En este caso, la tesis de Cacciari me parece muy brillante porque creo que el urbanismo contemporáneo peca de esa idea ilustrada de la racionalidad como única verdad. Y nuestro filósofo lo desmonta. Hoy, en la contemporaneidad que vivimos, ya no es posible el proyecto urbano unitario, definido por una única persona o grupo. El planeamiento urbanístico ha dejado de ser posible, tal y como lo concebían los grandes maestros, ya que no es posible prever con antelación el curso de los acontecimientos. Solo se puede intervenir en el ajuste de los fragmentos.
Y todas esas leyes, que padecemos en países como España, que pretenden organizar completamente el manejo del territorio, lo único que producen son corruptelas sin cuento. Deberíamos tender a una mayor flexibilidad en el manejo de nuestro entorno, en la que se atienda de verdad al bien común por encima de castas burocráticas. La decisión subjetiva sobre las cosas debería recaer en aquellos que tengan el mejor criterio. Es necesario superar ese infinito fárrago normativo que considera que todo puede reglarse.
Mientras tanto, nuestro destino de ciudadanos está en el cielo, como dice Cacciari.
P.D. La semana pasada estuve en Madrid. Siempre que voy pienso en llamarte, pero no sé si voy a interrumpirte y lo dejo para otra ocasión.
Prefiero la przxis. Excelente blog.
http://www.associatedcontent.com/article/7741396/5_gardening_blogs_you_should_read.html?cat=32
http://www.guiaverde.com/blog/destacadas/jardin-tropical-en-puerto-rico
Hola Fede,
me sumo a la conversación que inicia José Fariña:
Creo uno de los problemas que afecta al urbanismo ideado por los “grandes maestros” de la racionalidad estriba en que sus planteamientos son estrictamente causales, orientados por la ilusión de que los problemas urbanos se resuelven por medio de una ecuación lineal A+B=C, universal para cualquier contexto.
La orientación hoy en día debe pasar por un análisis sistémico de la realidad urbana, un planteamiento no lineal, que pueda sugerir propuestas aproximadas y flexibles a la normal evolución de la dinámica de los actores que intervienen en la ciudad, y la complejidad del encuentro de sus intereses. Como bien apunta José Fariña, la vida actúa y se desarrolla de forma caótica, pero dentro de un marco de incertidumbre, lo que se puede denominar como patrón. La ciudad, como extensión y soporte de la vida participa de estas teorías. Lo interesante y fascinante sería descubrirlos, trabajar con ellos y potenciarlos. Por supuesto para ello es indispensable un análisis tranversal e interdisciplinar del territorio fuera de la idea mesíanica del arquitecto como figura principal de planeamiento.
Un saludo
Interesante y conveniente entrar en uno de los tópicos de mayor
actualidad en relación con el comportamiento del territorio contemporáneo. Interesante por lo enigmático del fenómeno y conveniente por su traducción en el espacio de Canarias.
En 1995, José Mª Ezquiaga me pidió una reflexión sobre el tema para la revista de la Escuela de Madrid “Urban” (Urban Nº 2) a la que respondí gustosamente con un artículo que titulé “Los Ángeles. La Construcción de la Post-Periferia”.
Apoyándome en aquella tan poco convencional ciudad, intenté encontrar argumentos para explicar lo que Castells, Harvey, Soja, Garreau, Hayden, Sudjic, Boeri, Koolhaas, y tantos otros, ya estaban describiendo desde cada uno de sus respectivos enfoques disciplinares. En síntesis, lo que allí se proponía, era que en paralelo a los clasicos fenómenos de descentralización y recentralización del crecimiento, estaban surgiendo “nuevas manifestaciones de lo urbano” que no eran fáciles de explicar con los instrumentos de análisis al uso y que, según culturas y escuelas, se proponían como “sprawl”, “edge city”, “generic city”, “citta difusa”, “espacio de los flujos”, postmetrópolis”, etc. Un espacio periférico caraterizado por la dispersión, la ruptura de la continuidad, la ausencia de orden urbano, la yuxtaposición y el solapamiento de los usos, etc.
No he leido el libro de Cacciari y, por tanto, no conozco su enfoque, pero no sé por qué supongo que estará en esa línea.
Creo, sin embargo, que lo más importante para los canarios, es, no solo indagar a fondo en sus causas, sino ponerle coto, ya que para nosotros está suponiendo un auténtico cancer, que de seguir al ritmo actual, acabará con nuestro más preciado bien: el territorio y el paisaje de Canarias.
Hola Fede,
Cierto que es una escalada hacia la nada, pero sigo pensando que el espacio físco, para bien o para mal, y puesto que en el fondo e inevitablemente somos físicos, seguirá estando ahí. La cuestión es saber cómo intersectará con el espacio intangible y digital de relaciones, y como uno y otro se condicionarán. Mientras, pienso que los arquitectos debemos hacer lo que hemos hecho siempre, que es actuar sobre una de las dos partes de un problema que ahora es dual: intervenir, de la mejor manera que podamos, sobre eso tan tangible como es lo construido; sobre lo virtual poco podemos hacer.
(me gusta el retrato que te ha hecho tu hijo; y me impresiona el gráfico de flujos locales/visitantes de mi ciudad, ¡Gaudí nunca pensó que iba a condicionar así el plano de Barcelona! Las dos manchas más grandes en rojo corresponden a la Sda. familia y el Pque. Güell). Un abrazo, A.
Hola a todos.
Yo quería sumarme a esta grata conversación sobre la “ciudad” contemporánea con la visión de otro autor con el que estoy completamente de acuerdo y así aumentar los puntos de vista.
Se trata de FranÇois Ascher y su texto “Los nuevos principios del Urbanismo”. Mantiene puntos en común con Cacciari (como la movilidad, la polifocalidad actual, los lugares indefinidos)pero difiere en uno de ellos: Una única tendencia hacia lo inmaterial.
Si bien es cierto, tanto las tecnologías del transporte como las de comunicación estimulan la deslocalización de las actividades, no por ello contradicen la concentración metropolitana ni sustituyen las ciudades por otras virtuales.
El contacto directo y el cara a cara siguen siendo los medios de comunicación preferidos, además se revalorizan los inmuebles cercanos a las infraestructuras de transporte.
Si bien es cierto que el comercio tiende en parte hacia el comercio electrónico, no tiene por que ser ello el fin del comercio físico, revaloricado por aportar más información y poder experimentar sensaciones que no existen en el e-comercio.
Con el desarrollo de las telecomunicaciones asistimos a una paradoja: banaliza y termina por desvalorizar todo lo que sea audiovisual -que se mediatiza y se almacena fácilmente- y realza el valor económico de lo que no se telecomunica, lo directo, las sensaciones. Pone como ejemplo el boom de las actividades deportivas y de la gastronomía, la asistencia a festivales.
Así se manifiesta una renovada importancia del cara a cara y de la expresión directa de la vida urbana.