Barrabés Editorial. Huesca 2007.
El autor, antiguo periodista de la revista americana Rolling Stone al que ya he citado en otra ocasión, ha escrito un libro curioso en el que hace una crítica muy dura al modo en que habitualmente se ha producido el crecimiento de la ciudad americana, el suburbio extensivo o sprawl en la terminología anglosajona. La tesis principal de Kunstler es que, una vez alcanzado ya el pico máximo en las posibilidades planetarias de extracción de petróleo, el declive subsiguiente y la escasez de combustible que este hecho va a ocasionar obligarán a que gran parte de la humanidad deba llevar a cabo una transformación sin precedentes en los modos de vida habituales hoy en día, sobre todo en los países más desarrollados.
La hipótesis del pico del petróleo y su progresiva desaparición implica una transformación radical en el modo de vida existente en los Estados Unidos. A partir de este presupuesto y desde una perspectiva quizás romántica, cuestiona la forma característica del desarrollo suburbano que ha condicionado a las metrópolis norteamericanas durante casi todo el siglo XX. Un modelo de desarrollo que ha supuesto la transformación de los centros urbanos antiguos en emporios comerciales, financieros y de entretenimiento en contrapartida a un crecimiento extensivo de sucesivas coronas residenciales metropolitanas.
La forma de la ciudad americana, ampliamente estudiada por diversos autores como Manfredo Tafuri y Peter Rowe entre otros, ha conducido a una ocupación extensiva creciente de extensas superficies territoriales y a la obsolescencia prematura de amplías partes de los continuos urbanos. Posteriormente, este mismo fenómeno se ha trasladado a Europa y otras partes del mundo como consecuencia de la asimilación cultural de la forma de vida estadounidense. En Alemania, Thomas Sieverts ha teorizado sobre ello calificando a esta forma de expansión urbana como las ciudades sin ciudad o Zwischenstadt, lo que está entre medio de las ciudades.
En América, el caso de la ciudad de Detroit es paradigmático y ha sido citado masivamente como ejemplo. Su centro fundacional, allí donde Henry Ford situó su primitivo taller y la primera fábrica de automóviles se encuentra en una situación deplorable hoy en día. El proceso de abandono y guetificación del centro ha sido imparable a lo largo de varias décadas mientras la población con mayor poder adquisitiva se iba trasladando a periferias cada vez más lejanas solamente accesibles en automóvil.
Pero leamos la visión de Howard en sus propias palabras a la que califica como el final de la utopía del urbanismo residencial suburbano:
Los Estados Unidos se enfrentan al fin de la era de los combustibles económicos con la certeza de haber invertido la riqueza nacional en un modo de vida, el sprawl, que no tiene futuro. Mientras los tertulianos mediáticos buscan crear una batalla campal justificativa sobre lo que ocurre en la economía americana, omiten unánimemente el colosal error financiero que supone el urbanismo residencial suburbano: una prodigiosa a la par que incomparable distribución errónea de los recursos, todo ello sin mencionar las tremendas deficiencias sociales, espirituales y ecológicas de las que el sprawl adolece como entorno diario. Los norteamericanos hemos construido un armazón vital que simplemente dejará de funcionar cuando falten suministros de crudo barato, y es significativo que pronto nos encontraremos sin petróleo para mantenerlo y sin recursos para sustituirlo por otro sistema. Tampoco parece plausible que seamos capaces de encontrar un milagroso recambio energético que nos permita mantener estas infraestructuras de una forma remotamente parecida a la que lo hacemos ahora.
En cualquier caso, la trágica verdad es que no existe forma de adaptar la mayor parte de los conceptos relativos al urbanismo de la residencia suburbana. El propio sistema no permite que se pueda reorganizar como el entorno de usos mixtos, a menor escala, más sutil y de menores distancias que necesitaremos para seguir adelante con nuestra existencia cotidiana en un mundo futuro en el que cada vez será más raro ver un vehículo a motor. Difícilmente podrá aparecer un bondadoso magnate presto a recoger los millones de casas ubicadas en las lujosas urbanizaciones del extrarradio con su medio acre de terreno por vivienda localizado en calles sin salida, y volver a colocarlos juntitos en entornos más cívicos. En lugar de eso, las propiedades inmobiliarias de estos complejos residenciales, incluyendo las McViviendas de cartón aglomerado y vinilo, los centros comerciales alineados, los parques de oficinas y el resto de sus componentes, entraran en una fase de rápida y cruel devaluación en su valor de mercado. Muchas de estas urbanizaciones se convertirán en los barrios bajos del futuro.
Por encima de todo, veo este período que se avecina como uno de contracción generalizada y crónica. A este proceso lo denomino la recolocación descendente de los Estados Unidos, aunque también podrían utilizarse los términos reubicación o reevaluación. Todas nuestras formas de actividad habituales tendrán que redirigirse hacia lo menor, lo más pequeño y lo mejor. La crisis agrícola será una de las características más definitorias de la gran emergencia. Se resume en que tendremos que cultivar nuestros propios alimentos a una escala más local. La crisis aparecerá cuando la producción intensiva, que depende de la producción del gas y el petróleo a una escala gigantesca, deje de resultar económicamente viable. Las implicaciones de este fracaso del actual modelo de explotación de la tierra son tremendas, y el cambio inevitable vendrá, con toda probabilidad, acompañado de un momento de turbulencia social, por no mencionar el hambre y otras privaciones a los que la población se verá expuesta. Con la gran emergencia ya bien avanzada, la alimentación de producción local podría convertirse en la piedra angular de la economía norteamericana. El hecho de que requerirá casi con toda seguridad gran cantidad de mano de obra tiene sus propias implicaciones añadidas.
Tendremos que vivir en un ambiente geográfico notablemente más reducido. Dada la desintegración del extrarradio residencial, podremos considerarnos afortunados si logramos reconstruir nuestras ciudades ladrillo a ladrillo y calle a calle, dolorosamente a mano. Nuestras ciudades más notorias estarán en peligro, y algunas de ellas ya no serán habitables, especialmente si el suministro de gas natural se vuelve tan gravemente problemático como a todas luces parece que será, y si los generadores de energía eléctrica que dependen de él convierten su producción en errática. Los rascacielos podrían volverse arquitecturas más experimentales de lo que creemos. En general, probablemente tengamos que volver a un esquema de asentamientos en forma de pueblos y pequeñas ciudades rodeadas de áreas periféricas dedicadas al cultivo. Cuando esto ocurra, seremos una sociedad mucho menos opulenta y la cantidad, escala e incremento de nuevos edificios nos parecerá muy modesta en los años venideros, en comparación con los estándares actuales. Tendremos acceso a muchos menos sistemas de construcción modular, en caso de haber alguno. La edificación volverá a depender de la artesanía tradicional, mampostería, carpintería y otras habilidades manuales propias de talleres que hagan uso de materiales simples, fáciles de obtener y característicos de la zona. Nuestros códigos sobre la construcción y la división por zonas se irán ignorando con progresiva frecuencia. Si volvemos a la edificación a escala humana es posible que nuestros nuevos barrios urbanos sean más cercanos y cálidos, en definitiva más hermosos. La era del automóvil demostró que la población es capaz de tolerar edificaciones feas y funcionales y los horribles paisajes urbanos siempre que puedan compensarlos con una huida rápida en coches lujosamente equipados con el mejor sonido estéreo digital, aire acondicionado y portavasos para las bebidas frías. Todo esto cambiará de forma radical. El número de automóviles se reducirá drásticamente. El futuro se basará más en la idea de permanecer en un mismo sitio en vez de viajar incesantemente de un lugar a otro, tal y como hacemos ahora.
Este texto debería mover a reflexión a los que vivimos en otros entornos metropolitanos, cuyo desarrollo histórico ha sido diferente del estadounidense, pero sobre los que se trata de imponer sistemas funcionales similares para la organización del crecimiento residencial.
Así como la ciudad compacta europea es un modelo espacial más sostenible, rodeado de entornos masivamente suburbanizados, quedaría también en cuestión en la hipótesis de una grave escasez de combustible como la que vislumbra Kunstler.
La funcionalidad del modelo territorial metropolitano actual se cimenta sobre la potente capacidad de una logística sofisticada y la distribución masiva de bienes con una alta velocidad de acceso a los mercados. En la hipótesis de una ausencia de tecnologías de distribución adecuadas debido al fallo de alguno de sus elementos básicos, habría que llevar a cabo una reorientación radical de la forma en que la población se relaciona con el territorio.
Las carencias más perentorias en una situación de crisis energética serían probablemente los alimentos, la movilidad y la distribución eléctrica. La falta de alimentos implicaría la necesidad de buscar lugares adecuados para reiniciar su producción de una manera más descentralizada y próxima a los lugares de residencia. En consecuencia, habría que destacar la importancia de los parques urbanos y las periferias próximas desocupadas que podrían funcionar como espacios de emergencia para la producción directa de alimentos en el ámbito de las grandes ciudades. La condición habitual de los parques como garantes de un confort ambiental y de la recuperación de una relación con lo natural quedaría ampliamente superada por la provisión inmediata de alimentos.
Las dificultades para la movilidad tendrían como consecuencia la disminución de los servicios basados en medios mecánicos y darían lugar a un colapso del sistema de funcionamiento actual. La organización política, el trabajo y el acceso a los bienes básicos de consumo serían extremadamente dificultosos. El problema de la escasez energética y la falta de electricidad implicaría la inviabilidad de la calefacción y la ausencia de iluminación nocturna adecuada, lo cual llevaría aparejado la incapacidad para reorganizar los edificios de una manera inmediata y produciría una obsolescencia prematura de un parte sustancial del espacio construido situado en los centros de las ciudades actuales.
Es muy discutible, la posibilidad de que se produzca una emergencia como la señalada por el autor, ya que la desaparición del petróleo es todavía una perspectiva a largo plazo. En cualquier caso, se trabaja en el campo científico para su sustitución por alternativas energéticas viables y aunque una tecnología plausible, barata y eficiente no existe todavía para la sustitución de los combustibles fósiles con destino al transporte, es bastante posible que surja en los próximos años.
No obstante, lo que si es evidente es la insostenibilidad futura del modelo de desarrollo económico experimentado a lo largo del siglo XX en el que la utilización masiva de todo tipo de recursos y el despilfarro generalizado ha llevado a que estemos experimentando la aparición de límites y una progresiva escasez cada día más acusada.
El crecimiento poblacional descontrolado así como la extenuación de elementos esenciales para la vida como el agua, la tierra fértil, los minerales y la biodiversidad debería llevar a un replanteamiento exhaustivo del modelo de desarrollo imperante.
Yo pienso que es un proceso que se va a dar de manera paulatina, substituyendo fuentes de energía. lo de los “biocombustibles” es más preocupante por lo ineficiente que es su producción (es mucho mejor producir energía fotovoltaica) y porque compiten con la producción de alimentos. Si la revolución verde no logró dar de comer a todo el mundo, dudo que ahora logremos dar de comer a personas y a coches. A demás, a base de plantaciones, talas y fertilizantes se contamina un mogollón.
Me parece muy interesante la relación entre modelo urbano y sostenibilidad a largo plazo, una idea que el común de la gente no suele ver. Se imaginan un hábitat ecológico constituído por una casa autosuficiente energéticamente, construída con materiales ecológicos siguiendo el FengShui y la geobiología, huerta macrobiótica….. y el coche en la puerta para ir a trabajar a la ciudad a 80 Km de distancia, contamninandomás con el coche que lo que ahorra su ecovivienda.
Gracias por el blog
Hola Federico soy Eloy. Te escribo desde Polonia. Me ha conmovido enormenete este texto.
Ya era hora que empecemos a pensar en una pequenna armonia con nuestro entorno y con la naturaleza. Porque el sistema caotico que llevamos es insostenible e insoportable.
En una ocasion escuche a Alberto Perez Gomez hablar sobre la diferencia que habia, para el, entre la “Tecnica” y la “Tecnologia”. Apuntaba a que la tecnica es el pequenno barco de velas. En el que el hombre es trasportado por la accion del viento. Es decir una relacion solidaria del hombre y la naturaleza en la que los dos se dan la mano. La tecnologia en cambio era el Titanic. Una forma no solidaria del hombre con la naturaleza. El hombre en este caso rompe el equilibrio.
Nuestras ciudades acutales son como el Titanic. Totalmente desequilibradas y deberiamos empezar ya a construir el pequenno barco de velas que nos conduzca a una armonia. Si continuamos con el modelo actual de urbanismo solo nos va a llevar al caos.
Por favor Federico publica este articulo en los medios de comunicacion (periodico, radio, television…). Porque no hay mejor manera de hacer la revolucion que concienciando a toda la poblacion. Porque en el fondo es ella la que tiene el poder. Es la que puede y debe exigir por el cambio. Porque me parece que politicos y urbanistas no estan haciendo nada al respecto. No se si me equivoco.
Pero bueno cuando empiece a llover, la lluvia no elige a quien mojar, la lluvia nos moja a todos.
Disculpame la falta de tildes pero no se como ponerlas con este teclado.
Muchas gracias por estas reflexiones Federico.