En 1992, publicaba este mismo autor en un periódico local (Gaceta de Canarias, 19 de enero de 1992) un artículo sobre el funcionamiento metropolitano de la isla de Tenerife, titulado La isla es una ciudad. Transcurridos quince años los conceptos que allí se vertieron siguen plenamente vigentes si bien la estructuración de las áreas urbanas de la isla ha ido creciendo y consolidándose paulatinamente.
Lo sorprendente de esa pieza fue que la concebí como un divertimento sin mayor trascendencia y ha pasado, sin embargo, a constituirse en una referencia para ciertas personas de la comunidad universitaria que suele citarse con frecuencia en foros y publicaciones.
No siendo accesible con facilidad me ha parecido una buena idea volver a publicarlo. Por ello he decidido rescatar este texto como una forma para que pueda volver a ser accesible a los lectores de esta bitácora.
Cuando se compara nuestra percepción sobre el territorio insular con la que nuestros antecesores tenían, se evidencia la magnitud de las transformaciones urbanas que han tenido lugar a lo largo de este siglo.
Hasta muy recientemente, el universo insular era concebido en el campo dentro de una visión muy reductiva del espacio. El agricultor tenía como referente una doble presencia, a la espalda la montaña y al frente el mar. Era ésta una experiencia territorial muy poco compleja en comparación a la que podían tener los habitantes de la Europa continental.
Si consideramos que en los ámbitos urbanos de Tenerife eran hasta principios del siglo XX una excepción frente a la poderosa realidad de lo natural y la relativa preponderancia de la agricultura, es posible aventurar que estos factores constituían por ello, la esencia de lo canario. En ciertos países de latinoamericanos, todavía en la actualidad, el canario es sinónimo de campesino.
Remontándonos hacia el pasado solo media centuria el entorno en el cual se desenvolvía la vida de los isleños era extremadamente reducida si la medimos con los parámetros actuales. Tanto en el campo como en los núcleos habitados, cotidianamente se acudía al trabajo caminando. Las calles y caminos solían ser el lugar principal de encuentro y de relación. De esta manera, los viajes que se realizaban entre las distintas partes de la isla eran algo excepcional para la mayoría de los habitantes. Un viaje a Santa Cruz, por ejemplo, era una auténtica expedición que comportaba el empleo de una jornada de completa y hacer noche en la capital en la mayoría de los casos.
La situación en que se encintraba entonces la red de comunicaciones era de una gran precariedad y todavía se seguían empleando los mismos caminos reales por los que discurrieron tantos viajeros ilustres que visitaron Tenerife, como George Glass o Sabino Berthelot, que los describieron como origen de importantes incomodidades y fatigas. Piénsese que la carretera que comunica las principales poblaciones del norte de la isla, entre la capital e Icod se termina de construir a principios de este siglo y que la vieja carretera del sur con todos sus inconvenientes de trazado, curvas, etc., no tiene mas allá de cincuenta años.
Algo que resulta sorprendente desde esta perspectiva, es la observación de imágenes antiguas en las que se muestran los paisajes insulares. En ellas se evidencia la gran amplitud de los espacios en comparación a su contemplación actual; y esto, a pesar de que, físicamente, las dimensiones permanecen inalteradas. Si nos situamos en lo alto de la montaña de San Roque, en las proximidades de La Laguna, y miramos hacia el llano de Los Rodeos nos parece hoy un lugar bastante abarcable y pequeño en comparación a una fotografía antigua del mismo lugar.
La gran accesibilidad al territorio que suponen las actuales autopistas, el importante volumen de vías y carreteras, así como los medios de transporte con que hoy se cuenta, ha inducido una relación distinta con el territorio insular. El entorno físico, en su forma de percibirse, ha sufrido una gran compresión, tanto espacial como temporal. Los habitantes de la isla la comprendemos inconscientemente como una totalidad, es decir, como un continuo espacial. Por esta razón, se usa cada vez más en su conjunto por un volumen creciente de personas.
La unidad insular tiene un reflejo directo en el carácter de los desplazamientos, basta para corroborarlo la exposición de algunos casos: un residente en Los Silos o La Guancha puede trasladarse, a pesar de ciertas dificultades, a Playa de las Américas para trabajar a diario. Lo cual ocurre con una frecuencia superior a lo que pudiera parecer a primera vista. Por otra parte, un importante número de personas se desplaza cada mañana desde el norte de la isla al área de Santa Cruz y La Laguna y regresa por la tarde, realizando un trayecto que supera los cien kilómetros diarios en algunos casos. Algo inimaginable hace solo veinticinco años.
Pero en el caso del movimiento derivado de las pautas de trabajo hay múltiples combinaciones posibles que se están poniendo en práctica de una manera cotidiana. Por ejemplo, desde Tegueste a Granadilla o desde la capital de la isla al Puerto de la Cruz.
Pero es que la isla no solo se usa unitariamente en lo que respecta al trabajo, sino que también se realizan desplazamientos importantes por otros motivos como el ocio o las gestiones administrativas. Un número significativo de personas acude de compras a los centros de Santa Cruz o La Laguna, al igual que los domingos se produce un traslado masivo simplemente para almorzar fuera de casa, dirigiéndose hacia las comarcas del Norte o para bañarse en las playas del sur de la isla, aumentando considerablemente el nivel de utilización de la red de carreteras disponible a nivel insular y empeorando sus niveles de congestión por estos motivos.
En este sentido, resulta interesante comprobar el uso creciente que se está haciendo de Las Cañadas del Teide como un inmenso parque cuasi urbano al que se accede desde todos los puntos de la isla tanto para admirar el paisaje como para hacer deporte o cualquier otro tipo de entretenimiento. Con el cambio de escala que se ha producido, el Teide, en otro contexto, corresponde al papel que pudo desempeñar el parque García Sanabria en los años 30 para Santa Cruz o la plaza del Adelantado en el siglo XVII.
Naturalmente, el aumento de la congestión en la red de carreteras se está notando cada día más, aunque gozamos todavía de una buena relación entre su tamaño y el parque de vehículos existente. Esta utilización unitaria del espacio insular requerirá de inversiones muy cuantiosas en transporte público y nuevas vías si requiere simplemente mantener los estándares de acceso que existen actualmente. La isla se ha convertido realmente en una gran ciudad en la que las interrelaciones entre las distintas partes se están haciendo cada vez más potentes y en la que la desaparición acelerada del suelo agrícola es un fenómeno incontrovertible a pesar de la proclamación de voluntades en contra. La masiva integración que se está produciendo no coincide con nuestra concepción de la isla. Seguimos considerando el territorio insular como un espacio fragmentado en nuestro inconsciente imaginario.
Un tacorontero se considera sicológicamente muy separado de un lagunero cuando se hallan en una proximidad física mayor que dos habitantes de distintos barrios de Santa Cruz como San Andrés y Ofra. Así se podría entender que la voluntad política de cooperación y coordinación de acciones y servicios entre municipios limítrofes es prácticamente inexistente.
Determinados espacios del territorio insular han adquirido en este proceso de transformación funcional un papel preponderante al establecerse una cierta jerarquía respecto a la cual se están definiendo los nuevos valores de centralidad urbana y de los que, apenas, se es consciente. Por ejemplo. Cuando se analiza el relieve que está cobrando el tramo de la autopista Norte entre Santa Cruz y La Laguna, se puede asegurar que, en el futuro, este lugar será el espacio central de la isla de Tenerife, relevando a los cascos urbanos tradicionales en este papel.
Si se observa el rango de la traza que esta vía representa sobre un plano de la isla es suficiente para reconocer su preponderancia. Por este tramo de la red de comunicaciones insular circulan diariamente varias decenas de miles de personas, lo que para una empresa situada en sus bordes puede suponer un impacto publicitario superior al que le otorgaría anunciarse indefinidamente en toda la prensa local.
Los problemas que estas tendencias espontáneas del desarrollo están originando, se vuelven mas graves aún, si se considera que no contamos realmente con un gobierno insular del territorio. La ausencia de una visión de conjunto sobre la isla en la sociedad isleña, ha propiciado una dejación en el control del cada vez más escaso suelo por parte de las estructuras administrativas tradicionales, los ayuntamientos.
Por otra parte, en los municipios se mantienen mecanismos para la administración territorial que se encuentran desfasados frente a las dinámicas de transformación en curso. Los ayuntamientos, debido a sus problemas financieros y a la concepción del gobierno que les son inherentes, tampoco cuentan con la asistencia técnica que sería necesaria para responder a las fuertes presiones especulativas que se están desarrollando sobre el suelo.
Desde esta perspectiva, el organismo al que, en buena lógica, debiera corresponder ejercer esta función es el Cabildo Insular. Sin embargo, la falta de una visión política de carácter estratégico y la ausencia de unas demandas populares efectivas en este sentido, han llevado a la inexistencia práctica de las infraestructuras administrativas que serían necesarias para atender esta imperiosa necesidad.
Es preciso cambiar primero nuestra idea mítica de la isla como paso previo a la recuperación del control del espacio sobre el que vivimos.
El Parque García Sanabria de Santa Cruz de Tenerife en la década de 1930, recién acabadas las obras de ajardinamiento
Paco Padron -canal 7- atribuye esta metáfora a J Carlos Francisco.
¡Qué barbaridad! Quince años han pasado. Me acuerdo perfectamente de la publicación de este artículo tuyo y el debate que suscitó entonces. Tuvo algo (bastante) de revulsivo (muy positivo a mi modo de ver) en las discusiones respecto al enfoque que en esos días llevaba la redacción del PIOT. ¿Te acuerdas de lo de la “forma” del territorio? Lástima que entonces, como ahora, artículos como el tuyo (o como tu actual blog) no pasen de ser disparos de francotirador que, aparentemente, no calan lo que debieran. Aunque quizás es que llevo una temporada escéptico-pesimista. Al margen de su efectividad, voces e iniciativas como la tuya son imprescindibles y altamente meritorias.
Yendo al tema de lo que decías en el 92, lo cierto es que el proceso que apuntabas, como no podía ser de otra manera, se ha ido consolidando. La isla, ahora más que entonces, ES una ciudad; una ciudad obviamente policéntrica, morfológicamente muy heterogénea, pero, guste o no, funciona como un entorno metropolitano en su globalidad. La realidad, sin embargo, va más rápida que las mentalidades lo que genera un desfase cada vez más pronunciado entre ambas. Así, en mi opinión, hoy más que hace quince años es necesario abandonar la concepción mítica (y falsa) de la isla y creo que los esfuerzos en esa línea son los que deberían caracterizar las políticas responsables. Claro que, en términos electorales, son más rentables los contrarios. Un saludo.
Bueno, Javier. El tiempo pasa…
Ya tengo preparada una segunda parte porque creo que las cosas sí han cambiando bastante y nuestra forma de relacionarnos y disfrutar del espacio de las islas ha variado.
Probablemente, lo publicaré a lo largo de este verano.
Sería interesante promocionar una arquitectura troglodítica, casas cueva, y un diseño paisajístico que se integre en la roca y sus formas naturales, evitando grandes construcciones que oculten las vistas, puntos muertos, formas antiorgánicas y cesión de suelo virgen. No como suelen hacer las instituciones, cortando, montando y partiendo el paisaje. Nuestras islas, siendo tan abruptas y rocosas, deberían aportarnos un modelo distinto de urbanismo y arquitectura. Pero claro, esto ya lo sabemos, lo que falta es que los constructores y promotores se apliquen el cuento.