Visión de la isla de Singapur. William Cho, Getty Images
Nuestra isla, limpia y verde ha batido todos los cálculos. El siguiente hito de nuestro desarrollo, nos llevará a forjar un país en el que nuestro pueblo y aquellos que vendrán después tengan el mejor hogar posible, ejerciendo una administración racional y prudente de nuestros recursos, optimizando el equilibrio entre el hombre y la naturaleza. Con Innovación inteligente y asociaciones estratégicas, prevaleceremos sobre nuestras limitaciones, para construir un Singapur que perdure para las generaciones venideras.
The Singapore Green Plan 2012
Queremos guiar las excavadoras a los sitios adecuados.
Recientemente comentaba con un colega y amigo la necesidad de dominar el inglés para poder seguir las cuestiones candentes en la discusión internacional sobre arquitectura y urbanismo. Actualmente, el inglés es la lingua franca en la que se producen los debates más ricos; para esos -y otros muchos- temas. El panorama cultural anglosajón es un territorio fértil para el intercambio continuado de ideas y propuestas y que, desgraciadamente, no suele trascender con agilidad a otros idiomas. Por ello es tan importante dominar con soltura ese idioma y en eso llevan desventaja los que se relacionan utilizando solo su lengua vernácula.
Viene esta reflexión a cuento de la traducción del extenso artículo de Rem Koolhaas, Sendas oníricas de Singapur, retrato de una metrópolis potemkim, realizada por Jorge Sainz, en una correcta edición de la editorial catalana Gustavo Gili y aparecida recientemente en castellano, quince años después de su publicación original en aquel grueso y mítico volumen titulado S, M, L, XL, del arquitecto y Bruce Mau.
Hace más de cien años, Adolf Loos publicaría Die potemkinsche stadt en el que reflexionaría críticamente sobre la transformación escénica del Ring vienés, un texto que yo mismo he citado recientemente. Loos se quejaría allí amargamente sobre la baja altura de miras de la sociedad austriaca para la construcción de una parte relevante de su ciudad, la ocupada hasta entonces por las murallas demolidas.
Si bien existe un paralelismo remoto, no se entiende claramente porque Koolhaas rescataría en Portrait of a Potemkim Metropolis or Thirty years of Tabula Rasa esa idea de fondo de la nefanda ciudad decorado que traslucía el artículo de Adolf Loos. Con ello, aparte de la demostración de una erudición extensa, este periodista arquitecto buscaría nuevamente el aval intelectual de un héroe iniciático, referencia constante de muchos de los que se vincularon en sus comienzos al Movimiento Moderno en arquitectura.
S,M,L,XL. Conrad Bakker, 2006
Lo destacado del caso de Singapur es que es un ejemplo muy interesante de la exacerbación de la concepción ilustrada de la metrópolis contemporánea. Un paraíso económico que ha renunciado en gran medida a la libertad en aras de la seguridad y el confort de sus ciudadanos, bajo la égida de una clase dirigente guiada por la estimulación de la meritocracia. Aquella nación isla de 640 km2 de superficie y en la que habitan hoy 5 millones de personas, situada junto al estrecho de Johor, entre naciones muy poderosas como Indonesia y Malasia, representa un fenómeno muy interesante de construcción social sobre la base de un sacrificio extremo y una intensa disciplina colectiva.
Singapur demuestra la manera en que se puede producir el desarrollo de una sociedad multicultural, teniendo como contrapartida la renuncia a elementos esenciales para la convivencia, tal y como la ha entendido la civilización europea a lo largo de varios siglos ya. Con casi 50.000 $ de PIB per capita, su modelo económico y político, que se precia de ser un reflejo de esas maneras occidentales, y construido a lo largo de una cincuentena de años, sería un procedimiento exitoso para superar atrasos seculares. Un sistema que luego intentarían seguir otros países y naciones, algunas tan vastas como China, inmersa hoy en la increíble transformación que está llevando a cabo.
Complejo Marina Bay Sands. Moshe Safdie&Associates. 2010
Según el nuevo prólogo de Koolhaas a aquel artículo, la isla asiática sería también una especie de anticipación de lo que estaría aconteciendo en nuestros entornos metropolitanos, en los que la renuncia a la privacidad y la libertad se va extendiendo de una manera inexorable. No obstante, el autor describe admirativamente el desarrollo de Singapur desde la perspectiva de las decisiones extremas que se han tomado para transformar un espacio insular degradado en la metrópolis por excelencia del siglo XXI. Sería así, para el arquitecto de Rotterdam, un ejemplo preclaro de otro espacio potemkinizado.
Tanto Loos como Koolhaas utilizarían aquella fabula fin de siecle para cuestionar la implantación de una idea de ciudad que les parecería reprochable. En el caso de Loos, para evidenciar la mediocridad de una arquitectura supuestamente historicista y en línea con los gustos de una burguesía vienesa, compuesta por nuevos ricos y mediocres. En lo que se refiere a Koolhaas, no estaría tan clara su motivación, siempre ácida y crítica. Parecería que su fascinación por los procesos radicales y complejos de transformación urbanística y metropolitana, lo inclinarían solamente a intentar desentrañar y describir los mecanismos ideológicos que facilitan esos cambios masivos en algunos territorios contemporáneos.
En su continuo peregrinaje por el mundo, este holandés errante habría revisitado Singapur a comienzos de la década de los años 90 y reflejaría en el texto que comento, su estupefacción con la transformación realizada:
Cumplí los ocho años en el puerto de Singapur. No fuimos a tierra, pero recuerdo el olor –dulzura y putrefacción, ambos aplastantes.
El año pasado volví. El olor se había ido. De hecho, Singapur se había ido, reformada, reconstruida. Había allí una ciudad completamente nueva.
Y extractaba entonces de su llamado Plan Verde, objetivos de transformación territorial solo comprensibles en un lugar guiado por un pragmatismo extremo, una actitud colectiva que no se detendría ante las ideologías ambientales a las que estamos acostumbrados actualmente en otros lugares. Europa, por ejemplo. Así lo expresaría Goh Chok Tong, primer ministro de la ex colonia, en 1991:
Nuestra visión es una isla con un mayor sentido de la “insularidad”: más playas, puertos deportivos, centros de vacaciones y posiblemente parques de atracciones, así como mejor acceso a un litoral atractivo y una ciudad que abraza más estrechamente la línea costera como signo de su herencia insular. Singapur estará envuelta en un manto de vegetación, tanto de zonas cuidadas por el hombre como extensiones protegidas de crecimiento natural con masas de agua entretejidas en el paisaje.
El ideal de una ciudad tropical de la excelencia, sin complejos ni romanticismos.
Plano de la extensa red de transporte público de Singapur. Singapore MRT
Para Koolhaas, Singapur sería el paroxismo de lo operativo y como occidentales no podríamos entender el proceso en curso en esa metrópolis; algo que visto de fuera consideramos aberrante, debido a nuestra propia educada forma de entender el mundo. La isla en el extremo sur de la península malaya sería para nosotros la victima de un proceso de transformación en el que la racionalización rozaría la paranoia de lo extremadamente correcto y lógico. Indirectamente esta forma de expresarlo sería así un reflejo de la incapacidad organizativa, en Europa y América, para conseguir las ciudades que se necesitarían en la situación actual, la expresión inconsciente de una insatisfacción colectiva sobre nuestro entorno contemporáneo.
Esa metrópolis insular representaría para Koolhaas también una crítica descarnada a la estructura política que ha dado estabilidad a Occidente. Como continúa el texto, esa isla se alza como una alternativa altamente eficaz en medio de un paisaje de pesimismo casi total acerca de un posible futuro, un pertinente mundo posible de ambiciones claramente definidas, estrategias a largo plazo, una despiadada determinación para evitar los desechos y el caos que la estela de la democracia deja en otros lugares.
Aquella sociedad es, de una manera bastante acentuada, la construcción de un solo hombre, el chino Lee Kuan Yew que gobernaría la ex colonia británica durante décadas bajo el paraguas de una llamada al neoconfucianismo y con el apoyo de su organización política, el Partido de Acción Popular.
En su autobiografía, From Third World to First, Yew describe como en un momento dado, allá por 1960, su pueblo se vio en la tesitura de marchar en solitario por la senda de la historia y el progreso. Allí recordaría las enormes dificultades que supone afrontar una situación así: Hay libros que te enseñan como construir una casa, como reparar motores. Pero nunca he visto alguno que diga como construir una nación en base a una colección dispar de inmigrantes chinos, indios británicos y holandeses de las Indias Occidentales y como labrarse un futuro cuando el anterior rol económico de ese lugar, como almacén militar de la región para el Imperio Británico, desaparece de repente.
En el momento difícil de la independencia, Singapur era ya un puerto muy importante del sureste asiático pero -al mismo tiempo- su base económica era muy débil, basada exclusivamente en unos servicios logísticos muy primarios. En dos décadas aquel grupo humano heterogéneo lograría una transformación espectacular pasando de ser una sociedad extremadamente precaria y pobre a alcanzar un nivel de prosperidad equivalente al de cualquier país avanzado. Como titula Yew su libro Del Tercer Mundo al Primero.
Para ello, los habites de Singapur se dedicaron a cambiar sistemática y radicalmente la faz de la isla, sus estructuras sociales y también reformarían una economía frágil; un esfuerzo de una intensidad y dedicación, como mínimo, espectacular. Y sin remordimientos. Pero lo verdaderamente notable es que ello se produjo como consecuencia de una forma de gobierno apoyada en una planificación sistemática que ha extraído las mejores ventajas de una situación geográfica y económica relativamente favorable.
Proyecto para la Scotts Tower, Singapur. OMA y Rem Koolhaas, 2007
La transformación territorial de Singapur se incardinaría en la planificación económica general. Ese proceso se iniciaría con el establecimiento de una zonificación y compartimentación del espacio muy estricta, que se ha producido por fases de desarrollo planificado expresamente y en las que la elite ilustrada en el poder no ha descuidado las verdaderas necesidades de la población. Desde una economía portuaria simple, evolucionaría primero a un espacio industrial basado en sueldos muy bajos y una fuerza de trabajo disciplinada; luego pasaría posteriormente a incorporar una industria intensiva en talento y conocimiento, para apostar finalmente por convertirse en un nodo comercial y de servicios central para el sureste asiático.
En 1960 se crearía un organismo público, el Housing and Development Board (HDB, con plenas competencias para la ordenación territorial, tomando como referencia lo que se habría hecho al respecto en Gran Bretaña y Holanda especialmente. Una burocracia inteligente y muy bien dirigida que organizaría inicialmente las necesidades de vivienda y espacios para la producción, concentrados en inmensas estructuras fabriles de varios pisos, próximas a las renovadas instalaciones portuarias. El HDB guiaría durante varias décadas el proceso de transformación con la participación inicial de una multitud de expertos internacionales. Como el holandés Winsemius, un antiguo funcionario del ministerio de economía, implicado en la reindustrialización de los Países Bajos que representaría un papel crucial en el proceso planificador del cambio económico de la isla hasta 1980. Y urbanistas y arquitectos como Charles Abrams y Fumihiko Maki, un miembro destacado del grupo de los metabolistas japoneses.
Hoy en día, los holandeses mirarían admirativamente lo ocurrido en Singapur. La fundación Megacities Nederland invitaría en noviembre de 2002 al Dr. Lui Thai-Kerr, consultor de planificación urbana de la Republica Popular China, a dar una de sus conferencias anuales que se titularía Urbanising Singapore: optimising resources. Allí Steef Beuys, del Ministerio de Planificación Espacial, el famoso VROM, parangonaba Singapur como un modelo de desarrollo metropolitano a imitar.
Localización de las principales infraestructuras de trasnporte en el estrecho de Johor. Singapur. World Metropolitan Atlas. 010 Publishers, 2004
Si bien Singapur representa un esfuerzo en positivo para superar unas condiciones de desarrollo muy precarias, al mismo tiempo establece un patrón de colonización geográfica de alta insostenibilidad a largo plazo. Las metrópolis contemporáneas, para que puedan funcionar, suponen la máxima concentración de recursos expoliados globalmente y administrados en puntos concretos del planeta mientras se devasta sistemáticamente la superficie terrestre. Serían las maquinarias necesarias e imprescindibles para el funcionamiento del capitalismo avanzado. El problema es que las global cities enriquecidas, en las que la vida alcanza un alto grado de bienestar, reducen paulatinamente su número a unos pocos enclaves. Y ello, con la contrapartida de la extensión de la pobreza a nivel mundial y también hacia el resto de los entornos metropolitanos e, incluso, dentro de esas mismas megaregiones prósperas.
Sin embargo, esa isla metropolitana no deja de ser admirable como expresión del grado extremo de sofisticación que ha alcanzado esa tecnobiosfera que habitamos.