Lo considera algo así como un explosivo que tratado con ligereza se convierte en una bomba que puede explotar fácilmente en tus manos, pero que sabiéndolo manejar con delicadeza y sabiduría, permite alcanzar grandes logros para el conjunto de la sociedad a la que se administra. Algo así como la nitroglicerina y las obras públicas.
<---Una buena imagen para entender hacia donde ha derivado la planificación territorial y urbanística en España. Sobre todo para los políticos, esos individuos que tienen entre mano una de las tareas más difíciles que existen en nuestros días. El influyente politólogo americano Robert D. Kaplan señalaba que en el futuro, la la política será el arte, que no ciencia, de la gestión permanente de las crisis sucesivas. Un grupo recurrente de ese tipo de crisis a las que Kaplan alude, es el que se refiere a la gestión y administración de las ciudades y territorios; algo así como un espacio decisional caracterizado por la constante tensión entre diferentes grupos de interés e infinitos problemas cotidianos que afectan a una multitud de personas concretas.
Presa de Aldeadávila. Imagen Wikipedia
Cuanto más construimos, mas ganamos. Viñeta extraida del libro Economía, Poder y megaproyectos, editado por la Fundación César Manrique de Lanzarote. Imagen sobre el fondo de la Sierra de Guadarrama del nuevo centro de negocios de Madrid.
Si se observa la situación de otros países de nuestro entorno como Holanda o Suecia, incluso Francia o Inglaterra, el desarrollo inmobiliario ha estado liderado durante gran parte del siglo XX por los poderes públicos. Los enfoques socialdemócratas de los países septentrionales han impulsado la gran presencia en la promoción de la vivienda social pública destinada al alquiler; ello como una parte muy sustancial de su concepción política del estado del bienestar. Naredo también señala la diferencia de los casos de Alemania y Suiza donde el énfasis en la vivienda en alquiler bajo la tutela del estado, ha ocasionado la existencia de un amplío número de unidades privadas bajo una regulación pública y un control administrativo eficaz. Actualmente, en España el stock de vivienda en alquiler no alcanza siquiera al 10% del total (Uno de los más bajos de la Unión Europea si consideramos, por ejemplo, , el caso de Holanda en que se supera el 70%).
La situación española es sensiblemente diferente y si bien en la etapa franquista la retórica de la clase dirigente propugnaba la instrumentación de planes urbanísticos orientados hacia un crecimiento ordenado y la provisión eficiente de vivienda popular, la realidad es que los distintos grupos económicos con acceso directo a los detentadores del poder fueron poco a poco imponiendo una visión desarrollista basada en la masiva transformación del suelo en la periferia de las ciudades tradicionales y la apropiación descarnada de las importantes plusvalías generadas en el proceso.
Es destacable que desde los inicios de la segunda mitad del siglo XX, todo el sistema legal español, instituido para la administración del suelo, se ha dedicado a consolidar aquella visión privatista en la transformación del territorio. La ley del suelo de 1956 ya consagraba el establecimiento de un marco municipal para el desarrollo urbano y su posterior consolidación mediante planes parciales, liderados por la iniciativa de los particulares.
Este pecado original ha configurado la esfera legal urbanística que padecemos sobre la base de una contradicción insoluble. A saber, la necesidad de apoyar la construcción colectiva del espacio común en los esfuerzos individuales para la transformación del suelo y el otorgamiento privado del máximo de plusvalías. La actitud depredadora de los agentes privados, la corrupción política y administrativa, la creciente burocratización y, en resumidas cuentas, la destrucción del territorio, estaba servida con ello. Es lo que ha ocurrido masivamente a lo largo de los últimos cincuenta años de una manera lamentable.
Esta concepción del desarrollo urbanístico como algo connatural y necesario para la expansión económica de la sociedad, basada en la actuación privada de agentes grandes y pequeños, sigue imperando en nuestros días como si no existieran otras alternativas viables. Es sorprendente que no exista una oposición reconocible a esta falsa concepción ideológica descarnadamente impuesta, ni desde los partidos minoritarios nacionalistas o de los situados a la izquierda, ni tampoco desde aquellos otros que han detentado el poder alternativamente. Sin embargo, los ejemplos del resto de Europa están ahí para evidenciar que otros caminos más beneficiosos son posibles para aquellas sociedades y, por supuesto para la nuestra.
Volviendo a la tesis de Naredo, lo cierto es que el pacto entre clases dirigentes y grupos oligárquicos, financieros e inmobiliarios, se renovó con la adhesión de España a la Comunidad Europea en 1985. Fue el momento en que el planeamiento urbanístico entró en crisis, quedando reducido paulatinamente a la definición de un marco jurídico para el desarrollo de iniciativas privadas e individuales. Con los años el planeamiento territorial y urbanístico se ha limitado a definir un mecanismo perverso para la maximización del beneficio a costa del bien común y de la tergiversación del interés general.
Es evidente el abandono progresivo de la apuesta por la formalización de la ciudad y con ello el visionado de un futuro posible en el que primara el interés colectivo. Los planes urbanísticos recientes tienen un contenido decreciente de propuestas para la mejora funcional de las ciudades, para garantizar entornos habitables armoniosos, olvidándose de corregir errores anteriores, perpetuando una calidad urbana deficiente, etc. Es la consecuencia de la transformación del planeamiento en un mero marco normativo para el despliegue de las sucesivas propuestas de inversión privadas. Hemos asistido con ello, pues, a la reducción de los Planes Generales de Ordenación a meros instrumentos de ordenación de los usos y aprovechamientos del suelo.
El negocio inmobiliario asociado a las recalificaciones es un espacio oscuro donde la connivencia de actores de todo tipo de pelajes, promotores, constructores, políticos, funcionarios, banqueros, etc., se despliega en un universo turbio que mueve cientos y miles de millones. La especulación urbanística ha constituido un lastre que ha pautado negativamente y de una manera excesiva la realidad económica de este país. El resultado es una situación donde el esfuerzo social en la adquisición de viviendas ha originado que el parque de vivienda social o en alquiler sea muy limitado y donde además se ha generado recientemente un stock privado residencial vacío superior a 1.000.000 de unidades. Era lógico que está burbuja acumulada durante décadas explotase evidenciando la necesidad ineludible de un cambio fulminante de modelo productivo.
Una expresión final de esta deriva negativa a la que los ciudadanos asisten con creciente desconfianza es la que se refiere a la promoción de megaproyectos, apuestas icónicas o de relumbrón. Es la fase más avanzada del cáncer destructor de nuestras ciudades y del territorio que las une.
Recurriendo nuevamente a José Manuel Naredo se puede entender la génesis de esta nueva hornada de iniciativas negativas para el territorio. En el libro recopilatorio Economía, poder y megaproyectos, tanto el propio Naredo como mi tocayo y amigo Federico Aguilera, hacían una certera reflexión sobre el significado de tanta obra pública masiva. Estrategia que empezó a configurarse en España con el programa franquista de ejecución de pantanos en la década de los años 50 y 60. En ese trabajo se desenmascara el esfuerzo de las grandes constructoras, en connivencia con la esfera política, en lograr la programación pública de grandes operaciones inversoras, tales como centrales nucleares, trasvases de agua, trenes de alta velocidad, grandes ejes viarios, etc. Un proceso que esconde un interés compartido en la transferencia de ingentes recursos públicos hacia los operadores privados implicados, con una alta ineficiencia económica y en contra claramente de los verdaderos intereses públicos.
Aparece en el horizonte un nuevo inmenso océano de aguas turbias en el que se va a alimentar un número reducido de tiburones pertenecientes a la oligarquía dirigente, compuesta por políticos, funcionarios, financieros y empresarios, y que nos conducen nuevamente a una mayor insostenibilidad colectiva si cabe. Todo ello, apoyado por supuesto, en una falsa demagogia de progreso y de solución a inexistentes y falsas necesidades colectivas, finalmente propagadas a través de unos medios de comunicación sufragados y orientados por ellos mismos. —>
qué verguenza! qué gente más podrida!
Hola Federico,
con cierta suspicacia y bastantes interrogantes, me gustaría lanzar la pregunta de hasta que punto somos culpables los arquitectos actuando como ente vehicular de los intereses de los tiburones que describes en tu artículo.
Un saludo
Sí podemos sentir vergüenza ajena, pero estamos obligados a intentar entender como funcionan las cosas a nuestro alrededor. Solo así podremos luchar para cambiar el estado de creciente deterioro que padecemos.
Siendo sincero no tengo nada claro que haya culpables concretos. Todos colaboramos de alguna manera en los procesos que nos rodean. Es un problema que atañe a la manera en que se ha ido organizando el mundo contemporáneo. Lo cierto es que estamos en una espiral de destrucción que no podemos controlar y que indefectiblemente hará que colapse nuestro modo de vida en un tiempo indeterminado. Tengo claro que nuestros hijos y nietos van a vivir mucho peor que nosotros por primera vez en muchos años.
Es algo que tiene que ver con la forma en que se desenvuelven habitualmente los hombres en nuestros días. Las sociedades son un reflejo de unas estrategias individuales para una supervivencia descarnada, así como de una ética imperante que mueve a la población al dictado de las minorías, aquellas que se esfuerzan en controlar este mundo para adquirir un mayor poder.
Rodrigo, eres demasiado idealista. Nuestro destino es la ineluctable venta de nuestras habilidades para sobrevivir y los técnicos no somos ni mejores ni peores en ello que el resto de la gente. Lo que uno debe hacer es tratar de realizar las tareas que nos encomiendan de la mejor manera y, siempre que nos sea posible, no traspasar la línea que supone ir contra el bien común y la destrucción de los bienes colectivos que hemos heredado.
Nuestro objetivo debe ser siempre la mejora de nuestro entorno, de la vida de aquellos que nos rodean, aunque ello suponga renunciar a enriquecernos.
Desde hace ya bastante tiempo nos venden la idea de que la felicidad en esta vida consiste en la fama, el triunfo personal y en disponer de una cantidad ridícula de cosas innecesarias. Desprenderse de estas pulsiones innatas es la mejor forma para ser más libres y lograr una mayor serenidad espiritual. Algo en lo que curiosamente somos extremadamente pobres.
Bueno, creo que me he pasado contestando. Y también siento un poco de pudor en poner esto por escrito así publicamente.